Que algunas de las naciones más poderosas de la tierra estuvieran gobernadas por líderes fuertes, capaces de aniquilar la oposición interna, sin escrúpulos y dispuestos a alcanzar sus objetivos más ambiciosos, era el denominador común en los años precedentes a las guerras mundiales del siglo pasado, especialmente de la segunda. La fórmula de este letal cóctel requería que los dirigentes de las naciones capaces de contener el avance de estos siniestros personajes, fueran débiles, sin visión y hasta pusilánimes.
Mientras Mussolini, Hitler, Hirohito y otros consolidaban su formidable poderío, Chamberlain en Inglaterra, Rynaud en Francia, Stalin en Rusia y otros líderes apenas reaccionaban ante la avalancha de hechos bélicos y se mostraban incapaces de detener las imparables máquinas de guerra que se armaban ante el asombro del planeta; Estados Unidos (otro súper poderoso) hibernaba, aislándose del mundo en todo lo que tuviera que ver con la guerra, no era su asunto.
La situación actual tiene una enorme similitud con la de los años 30: Putin, Xi Jinping y Kim Jong-un consolidan un bloque formidable e intimidante para sus enemigos, contando además con otras amistades que se agigantan militarmente como Irán y Bielorrusia, mientras que hábilmente extienden sus manos a países que ya no ven el bloque occidental a su mejor aliado, como es el caso de los nuevos gobiernos de izquierda de Latinoamérica que dejaron de alinearse incondicionalmente con Estados Unidos y Europa.
La invasión de Putin a Ucrania dejó de ser una amenaza, la anexión de Taiwán por parte de China parece inminente, Irán se fortalece de forma desconcertante hasta convertirse en un referente mundial en fabricación de armas, sin saber cuándo las usarán para alcanzar sus propósitos. Israel prevalece en su minúsculo territorio, pero divide al mundo entre amigos y adversarios; Turquía quiere ser nuevamente protagonista mundial; la arruinada Corea del Norte desafía no solo a su enemiga del sur, sino a Japón y Estados Unidos.
Muchas naciones anuncian avances sin precedentes en la invención de armas: aviones de séptima generación, el láser como nueva arma destructiva, misiles hipersónicos que avanzan a más de un dígito en match, armas capaces de derribar satélites, submarinos indetectables, portaaviones súper gigantes, drones más eficaces y de bajo costo, tecnologías y armas secretas, armas cibernéticas, en fin, armas suficientes para acabar con el planeta entero quién sabe cuántas veces. Parece que nuevamente muchos gatillos están montados y que solo falta que el primer irresponsable de tantos, haga el primer disparo para que estalle la tercera guerra mundial. Ucrania es, desde cierto punto de vista, un laboratorio de guerra, un espacio que ofrece la posibilidad de probar gran cantidad de armas de parte y parte sin exponerse a las verdaderas consecuencias de una guerra directa en donde los muertos los pone cada país beligerante y las ciudades con su gente y la infraestructura son objetivos militares.
Lo que sí genera una diferencia, entre estas dos épocas, son las armas nucleares, capaces de aniquilar al planeta entero en cuestión de horas. La posibilidad de una guerra preventiva por parte de occidente, por ejemplo, contra Corea del Norte o Irán, supondría enormes riesgos por su capacidad y decisión de hacer uso de estas catastróficas armas. Sabrá Dios si el poder de disuasión de las bombas nucleares detendrá o acelerará la tercera guerra mundial.
Por Azarrael Carrillo Ríos.