Buscando documentos para argumentar cómo desde la academia se puede servir a Dios, a pesar de que algunos insisten en mostrar cierta incompatibilidad entre ciencia y sabiduría divina, pensando que la primera limita la absorción de la segunda, me encontré con los textos de Sor Juana Inés de la Cruz; una de las mentes más brillantes del siglo XVII que aún hoy es punto de referencia para la literatura.
Su obra, una de las cumbres del barroco en lengua española, sufrió vetos y discriminaciones por causa del espíritu misógino de la época, expresado en el inconformismo de la iglesia ante la crítica severa que ella un día hiciera a un sermón del jesuita Antonio Vieira, lo que ocasionó que su confesor, un jerarca eclesiástico notara en su capacidad intelectual y relaciones con altas personalidades, un arma peligrosa contra la fe.
Ante estas quejas que se presentaban a diario, el Obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, oculto tras el seudónimo de Filotea de la Cruz, en 1690 le dirige una carta magistral, afectuosa, aunque discriminatoria en su trasfondo, a pesar de los elogios que en ella hace a su capacidad intelectual.
En la epístola conocida como Carta de Sor Filotea de la Cruz, argumenta con fineza teológica los motivos, por los cuales Sor Juana Inés debería abandonar las letras y artes humanas para dedicarse a las divinas, pues una religiosa no debía consagrarse a actividades mundanas y prohibidas como leer filosofía y alta teología, sino a la lectura del catecismo y a rezar como toda mujer normal.
Esto hizo que la poeta contestara reaccionando con una lucidez impresionante, aprovechando su conocimiento filosófico y artístico para mostrar cómo su discernimiento no era una limitante para recibir a Dios; por el contario, su sed de sabiduría hacía que cada vez más su sapiencia fuera una actitud defendida por Jesús, con iguales resultados de persecución y discriminación como los que él enfrentó. Para ello usa citas bíblicas, argumentaciones teológicas, académicas y científicas que dejan sin piso la carta del Obispo.
Tres siglos después, los conflictos continúan. Muchos religiosos ven en la ciencia la perdición del hombre y numerosos científicos ven en la religión una forma de atraso. Lo cierto es que cada vez el avivamiento del Espíritu Santo de Dios penetra con mayor fuerza en universidades y comunidades académico-científicas, derrotando la falsa concepción de que la cognición y la fe son incompatibles, porque los vacíos espirituales de la modernidad, claro muestran que la filosofía de la razón fracasó, porque la volvieron más fundamentalista que la religión, generando unos vacíos en cada ser, haciendo que el hombre después de buscar la felicidad material, entrando en ruptura con Dios desde su individualidad, tiempo después regresara reconociendo en la espiritualidad un modelo de vida que propone una forma de moral social basado en una intimidad con Dios, sin renunciar a la ciencia.
Cada vez los académicos e ilustrados, por encima de los vetos, discriminaciones y críticas como las hechas a Sor Juana Inés de la Cruz, reconocen en Dios el principio fundamental de la sabiduría, para ser más allá de religiosos, seres espirituales llamados a cambiar la sociedad.