Una madre de familia, psicóloga, además, pero más por su instinto maternal, llamó preocupada a EL PILÓN para advertir de una delicada situación que se presenta con un alto porcentaje de la población juvenil de ciertos sectores sociales.
La angustiada señora hace referencia a los hechos de violencia provocados por grupos de jóvenes, la mayoría adolescentes, en distintas partes de la costa Caribe y que en Valledupar también se presentan, tales como riñas entre pandillas bajo la lluvia, extorsión en vía pública, piques de motos con saldos mortales, enfrentamientos con arma blanca en sitios públicos, en especial en los estadios de fútbol y alrededores de centros comerciales, entre otras manifestaciones que ponen en peligro la vida.
Ella se refirió a hechos concretos pero que en realidad son un mal generalizado de una buena parte de nuestra juventud, entre esas acciones que se conocen está la aparición de un grupo de jóvenes armados con palos y piedras en la vía nacional, en el tramo del municipio de Ciénaga, Magdalena, quienes extorsionan o atracan a todo el que transite por ahí; está también el desafío a muerte de jóvenes bajo la lluvia en un barrio popular de Barranquilla; de igual manera en Valledupar los enfrentamientos de las barras de fútbol denominada ‘Solovalle’ y otros grupos de adolescentes que se han enfrentado a cuchillo en los entornos del balneario Hurtado y muchos otros actos delictivos en diferentes sectores de la capital cesarense.
La situación que expone esta señora merece un análisis y una reflexión profunda sobre la base del siguiente interrogante que ella misma nos formula: ¿qué le espera a nuestra sociedad en el futuro inmediato si la mayoría de nuestra juventud cae en esa tendencia violenta?
Pero además de hacer un juicio de valores, sobre el comportamiento de este tipo de jóvenes, es necesario también que se estudie y analice las causas y el origen del problema para así lograr una aproximación a la realidad del asunto.
Es cierto que la juventud actual suele obedecer a tendencias grupales, independiente de si estas son buenas o no tan sanas, siendo más frágiles aquellos jóvenes que disponen de demasiado tiempo libre, tiempo de ocio, pero además con una gran cantidad de necesidades insatisfechas y cero oportunidades de estudio, de cualquier tipo de capacitación o de formación para la vida. Esos se convierten en presa fácil de esos instintos peligrosos.
Por todo ello es que la institucionalidad debe fijar un poco más la mirada en nuestra juventud, estos hechos son la muestra fehaciente de la deficiencia del Estado en la formación de nuestros jóvenes y acompañamiento a los jefes de hogares para forjar ciudadanos de bien, bajo el entendido de que la familia es la base principal de la sociedad.
Lo planteado aquí, gracias a la preocupación de una madre de familia, quien casi que a regaños y suplicas nos pidió tocar el tema, son solo pildoritas de un problema social que ahora en época de campañas electorales debería revisarse y plantearle salidas de fondo, pues un buen futuro dependerá en gran medida del grado de formación de las actuales generaciones de jóvenes.