“Hay cosas que hasta que no se viven no se saben…”, diría el compositor Rafael Manjarrez en su obra ‘Ausencia Sentimental’. Y sí, hay cosas que hasta que no las llegamos a vivir no conocemos su verdadero contenido, su recóndita materia.
En Colombia quienes hemos vivido el conflicto armado un tanto alejados de este, por el hecho de que la mayoría de veces hemos estado al tanto de lo que en él sucede a través de la televisión, la radio, la prensa escrita o porque alguien no los comenta, debemos ser un poco cautelosos al hablar de ese tema tan álgido, en muchas ocasiones creemos tener la verdad universal sobre el tema, desconociendo a quienes lo han vivido, sentido y sufrido en carne propia.
Será que en algún momento hemos hecho un alto en el camino y nos hemos preguntado ¿Qué se siente ser damnificado por la violencia? ¿Qué se siente ser víctima de delitos de lesa humanidad? ¿Qué tan triste es que te despojen de tu hogar? ¿Qué significa vivir en medio de una guerra por más de cinco décadas?
Me pregunto si quienes hoy están en contra y/o disiden de este largo y difícil, pero oportuno proceso de paz, e incluso, quienes somos partidarios del mismo, nos hemos preguntado acerca de las añoranzas de aquellas poblaciones que han sido víctimas de la lucha armada en Colombia como la de Apartadó en el Urabá Antioqueño, Tibú y la subregión del Catatumbo en Norte de Santander, Castillo en el Meta, Fundación en el Magdalena, San Vicente del Caguán en el Caquetá, Marquetalia en el Caldas, Toribio en el Cauca, Becerril y Pailitas en el Cesar, entre otras, que han sido los ejes principales del conflicto, donde se ha desarrollado y propagado esta guerra que ha quebrantado a toda una nación.
En estas poblaciones donde el conflicto armado ha causado gravísimos daños, la mayoría de ellos irreparables, producto de sus hostilidades consustanciales y sus factores derivados, residen cientos de familias víctimas a manos de guerrilleros, paramilitares, bacrims y agentes del Estado, de actos criminales como masacres, desapariciones forzadas, asesinatos selectivos, falsos positivos, campos minados, torturas, extorsiones, despojo de tierras y violencia sexual.
Con lo anterior no quiero decir que a los colombianos que no nos ha tocado experimentar tan de cerca la confrontación armada que adolece el país desde hace muchos años, no tengamos derecho a expresar nuestras posiciones y puntos de vista, pero si resultaría bastante oportuno el hecho de que entráramos a reflexionar sobre el manejo un tanto irresponsable que le hemos dado al asunto.
Debemos razonar acerca de qué tanto sabemos de lo que significa estar sumido en un guerra armada, qué tanto sabemos de esa guerra que junto al narcotráfico y la delincuencia urbana lograron que, según un informe de la revista Semana, el presupuesto nacional para 2016 destinado para defensa y conflicto armado fuera de 215,9 billones de pesos, 80.000 veces más que el presupuesto de cultura, 101.000 veces más que el de educación y 120.000 más que el de empleo.
Es necesario tener en cuenta los deseos de todas las familias que han sido tocadas por el conflicto armado durante todos estos años desgarradores, no dudo que el querer de todas estas personas víctimas de la violencia y de todo el pueblo colombiano sea una paz integral, una paz con justicia social. Dicho lo anterior, mi invitación es a que reflexionemos juiciosamente ¿Qué tanto sabemos de la guerra?
@camilopintom