“Vio su amo que Dios estaba con él, que Dios lo hacía prosperar en todas sus empresas”. Génesis 39,3
En un artículo publicado en redes, se citó una frase de Albert Camus: “Lo peor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que desnuda a las almas y ese espectáculo suele ser horroroso”. Jesús lo enseñó en los Evangelios, así: “No temáis a los que matan el cuerpo, pero el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno”.
Es muy difícil para nosotros, superar los estragos de esta pandemia. A manera de modelo, y solo como efecto pedagógico, traigo a reflexión la vida de José, el patriarca, quien vivió una calamidad de dimensiones colosales después de ser vendido por sus propios hermanos. El relato ocupa apenas unos versos de la Biblia, pero las consecuencias devastadoras de semejante traición quedaron consignadas como paradigma para superar una adversidad personal.
Este joven José, lo perdió todo. Primero, su libertad al ser echado en un pozo. Luego, su dignidad al ser vendido por unas monedas. Al ser vendido como esclavo, perdió también su futuro y la posibilidad de escoger los caminos por los cuales transitaría. Cuando llegó a Egipto, también perdió su entorno natural, su cultura y su idioma. Comprado por el oficial de la guardia del rey, Potifar, perdió también la posibilidad de pertenecer a una familia. ¿Quién podría sobreponerse a semejante catástrofe?
Sin embargo, para sorpresa de todos, en el texto de hoy, encontramos a un José prospero y bendecido. En diferentes versos del capítulo del epígrafe se advierte que la razón de su prosperidad se debía a que Dios estaba con él y en todo lo que hacía, Dios lo prosperaba. Al final, resulta claro que José logró sobreponerse a la adversidad, a las trampas del destino y a las fatalidades que la vida le presentaba, a través de una relación de amistad y pacto con Dios.
Aquí quiero aterrizar: Nadie está exento de dificultades, contratiempos y dolores. Este coronavirus paralizó nuestras vidas, trayendo desolación y desasosiego a los corazones, pero, no podemos permitir que esos sentimientos negativos se aniden y condicionen lo que ocurre en nuestra realidad y mucho menos que determinen nuestro futuro. De hecho, no estamos libres de sufrir adversidad, pero, con la confianza en Dios, convenimos estar preparados para superar los escollos que la vida nos ponga en el camino.
La historia bíblica y secular está llena de ejemplos de personas que vivieron duras y dolorosas experiencias pero sobresalieron y se superaron porque usaron su situación de fracaso y angustia como trampolín para avanzar hacia mayores logros y desafíos. Las adversidades fueron los eslabones sobre los cuales construyeron, más adelante, sus grandes victorias.
Mi invitación es a que nos esforcemos por sacar de esta crisis lo mejor. Hagamos de ella piso para impulsarnos hacia arriba. Permitamos, sin temor, que se desnude nuestra alma y cosechemos del fruto dulce de la presencia de Dios en nuestras vidas y nuestras casas. ¡Confiemos en Dios!
Un abrazo fraterno en Cristo.