El suelo está formado por componentes orgánicos e inorgánicos que interactúan entre sí. No obstante variables como clima, la topografía o ciertos caracteres hidrológicos son definitivos para establecer los distintos tipos de suelo. Para entender el suelo como un recurso natural hace falta observar las actividades que se desarrollan en él.
En primer lugar, el suelo es la base física sobre la que se desarrolla la vida, nuestra sociedad se asienta sobre él, y de él dependen los nutrientes que hay en los alimentos que comemos, proporciona madera, papel y otros materiales necesarios, y además purifica el agua que tomamos. Los organismos que viven en el suelo reciclan los componentes químicos que necesitamos y sus bacterias descomponen los desechos que tiramos aunque este proceso puede tardar varias décadas.
La actividad fundamental que la especie humana desarrolla sobre la Tierra en cuanto a superficie es la agricultura, y con su evolución tecnológica hemos abusado de este recurso potencialmente renovable, de tal manera que los mecanismos naturales que mantienen el suelo en equilibrio no siempre son capaces de contrarrestar este abuso.
No obstante, uno de los problemas más importantes en relación con el suelo como recurso es la erosión. Esta se define como el movimiento de los componentes del suelo de un lugar a otro; sus dos causas más importantes son el arrastre del agua y el viento.
De manera natural se produce cierta erosión por estos dos factores, pero las plantas, con sus raíces, fijan partículas de suelo y evitan su desplazamiento y, por lo tanto, la erosión excesiva; así pues, cualquier actividad humana que altere la capa de vegetación que cubre el suelo hace que aumente la cantidad de suelo transportado.
La progresiva eliminación de la capa de suelo de la superficie de la Tierra implica una reducción de la fertilidad de los suelos y una reducción de la capacidad de retención de agua y, en consecuencia, una disminución de la capacidad de producción de alimentos. Cada año se pierden 24.000 millones de toneladas de suelo de tierras de cultivo; ello equivale a una superficie aproximada igual a la mitad de China (según la Unesco). El suelo se puede regenerar de manera continua por procesos naturales, pero las tasas de erosión anuales en terrenos agrícolas son tan altas que hacen que sea imposible su recuperación, con lo que el suelo se convierte en un recurso natural no renovable.
No obstante, la erosión en tierras ocupadas por bosques no por coberturas vegetales más o menos continuas no es tan importante como la que se produce en tierras de cultivos; los terrenos cubiertos por construcciones son los que presentan las tasas de erosión más importantes, aunque en superficie ocupan menos espacio. La evolución de los cultivos en dirección a la creación de zonas cultivables irrigadas plantea otro problema en relación con el suelo. El riego de superficie de cultivos duplica la producción agrícola si se compara con una zona en la que solo se humedecerán con el agua de lluvias. Pero el agua de riego contienen sales disueltas que se depositan en el suelo y en climas secos con evaporaciones intensas estas sales quedan retenidas en él.