“Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia”.
Romanos 9,16
El versículo del epígrafe nos anuncia algo que realmente nos incomoda y que es una verdad inalterable en el universo: ¡Dios es soberano! En otros términos, el accionar de Dios no depende o está sujeto al que quiere a al que corre, sino de Dios quien se compadece de nosotros.
Esto realmente, nos disgusta, porque vivimos en un mundo en donde desde pequeños se nos enseñó que la única manera de triunfar en la vida es controlando todo lo que está a nuestro alrededor.
Sin embargo, Dios no se deja envolver en ese sistema perverso de vivir, sino que, ejerce su soberanía y actúa de manera independiente a la voluntad humana. Dios está más allá de nuestros gustos y deseos y no se deja manosear o manipular por sus criaturas, aun cuando ama inconmensurablemente a sus hijos.
Uno de los mayores atractivos de las religiones en el mundo es la idea de poder ejercer control sobre las acciones de Dios. Cualquiera que sea la idea de esa deidad. Con rogativas, ceremonias, sacrificios y ofrendas se pretende garantizar la respuesta de Dios y asegurar así que el esfuerzo por hacerlo tenga su recompensa. La idea es que, por nuestras acciones, podemos controlar a Dios.
La propuesta de Dios es contraria. Él quiere ser el soberano de nuestras vidas. Quiere dirigir, controlar y dinamizar cada una de las áreas de interés de nuestras vidas, sin necesidad de anular nuestra personalidad o socavar nuestra autoestima. Él conoce mejor lo que nos conviene y que, al final, traerá mayor provecho a nuestra existencia.
Uno de los factores que más nos impide entender la soberanía de Dios es el manejo del factor tiempo. Cuando pedimos o necesitamos algo, nos es molesto tener que esperar la decisión de Dios para obtenerlo. Recuerdo que, los hijos de Israel pasaron por esto: Cuando Moisés tardaba en bajar del monte, el pueblo le pidió a Aarón que les hiciera dioses que fueran delante de ellos. Queriendo decir: No podemos esperar más. De aquí en adelante, queremos un dios que haga las cosas como nosotros queremos.
Amados amigos, nos debe sostener en la vida espiritual la convicción firme y sin reservas de que Él nos ama y quiere lo mejor para nosotros. Que cualquier camino que emprendamos en procura de asegurar los resultados mediante un sistema de intercambio de favores, será fútil. Estamos seguros en su amor, porque es un tipo de amor incondicional, no sujeto a las conductas de quien lo recibe, sino al carácter inmutable de quien lo otorga, Dios.
Hoy, los animo a confiar en Dios, estamos en buenas manos y a través de las Escrituras y de la historia Dios ha demostrado que es digno de nuestra confianza. Cristo lo expresó de esta manera: Si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas cosas a vuestros hijos, ¿Cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan? ¡Confiemos, estamos en buenas manos!
Saludos cariñosos en Cristo.