“Porque los ojos del Señor contemplan toda la tierra, para mostrar su poder a favor de los que tienen un corazón perfecto para con él”. 2°Crónicas 16,9.
Decía Tobías Enrique Pumarejo en su canción: “Mírame fijamente hasta cegarme, mírame con amor o con enojo; pero no dejes nunca de mirarme, porque quiero morir bajo tus ojos”. También en nuestra relación con Dios, este deseo deberá ser una realidad.
Dios examina a la humanidad con intensa emoción, nos mira con amor, estudia nuestras respuestas y pesa nuestras actitudes. No podemos hacer nada para evitar su mirada, no hay lugar para escondernos. Pero también es posible provocar su atención, porque su mirada es el reflejo de su favor. Dios está en una constante búsqueda, recorre con su mirada toda la tierra y está listo para ayudar a quienes le son fieles.
Dios está buscando un corazón sincero y leal, y cuando lo encuentra sus ojos cesan en la búsqueda y se posan con gran fascinación y emoción sobre aquel que le ama tan devotamente.
Amados amigos, permanecer bajo la mirada del Maestro, garantiza su favor. Él derrama porciones abundantes de misericordia, fe, gracia, compasión, revelación, sabiduría, poder y liberación sobre aquel cuyo corazón es leal a él. Creo que, aquellos que hemos llegado a valorar los verdaderos tesoros del reino, debemos anhelar esta clase de atención: ¡Su mirada sobre nosotros!
Ahora, aquí está la parte difícil: Deseamos su mirada, pero cuando la tenemos; no la queremos más. Puede ser que nos sintamos examinados y juzgados todo el tiempo y eso no nos gusta. La peor tragedia que nos puede ocurrir es que Dios quite su mirada de nosotros y nos deje andar solos por la vida, sin Dios y sin ley.
Nuestro deseo debe ser que Dios nunca quite su mirada de nosotros, aunque esto signifique el fuego de sus ojos mirándonos para bien. Cuando nuestra mente se aleja conscientemente de ese enfoque y nos distraemos por los asuntos de la vida diaria, nos debe tranquilizar saber que Dios siempre estará allí, examinado y mirando nuestro andar.
Nunca está desconectado de mí, ni por una fracción de segundo. Esta verdad es sobrecogedora, nunca somos ajeno ni ausente de sus planes, ¡Dios nunca deja de pensar en mí! Siempre habrá un lugar de amor genuino donde podemos invocar la mirada del Señor. Un corazón con semejante resolución obtendrá su pródiga respuesta, haciéndonos exclamar: “Cautivaste mi corazón”. Por tal motivo, mi invitación hoy es que además de comprender semejante verdad, podamos decir: “Amado Jesús, fija tus ojos en mí”. ¡Disfruta de su tierna mirada de amor! Un fuerte abrazo bajo su mirada de ternura.