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Soy católico pero…

La mayoría de los que hoy nos decimos católicos comenzamos a serlo gracias a la tradición familiar de bautizar a los recién nacidos. No lo escogimos, no en ese momento. Simplemente recibimos de manera pasiva un sacramento y, posteriormente, la instrucción sobre las verdades de una fe que nuestros padres abrazaron en nombre nuestro. Así crecimos. Considerando como verdadero e irrefutable lo transmitido.

No hay nada de malo en ello. Los niños deben ser guiados por sus padres, quienes llevan sobre sus hombros la responsabilidad de hacerlo de manera correcta. Lo que no está bien es conservar de por vida la actitud infantil de aceptar ciegamente todo lo que se nos dice. Muchas personas han vivido en estado infante toda su vida en lo que respecta a la religión; aceptando como verdaderas doctrinas y tradiciones, sin tomarse la más mínima molestia de analizar y pensar un poco sobre lo que dicen creer. Son creyentes, pero no saben en qué realmente creen ni la razón por la que creen. Son autómatas que, al menos en este campo, decidieron renunciar al proceso independiente que caracteriza a su naturaleza: pensar.

Las razones son variadas. Puede argumentarse falta de tiempo o de interés, falta de acceso a la información, o incluso el hecho de que muchos líderes religiosos prefieren no formar a sus feligreses y conservar así un grupo de borregos más fácil de conducir (léase manipular). Perdón por mi franqueza, pero aun teniendo en cuenta lo anterior, si usted no conoce su fe es porque no quiere.

Hace un tiempo escribí sobre la historia de la Iglesia y he recibido unos cuantos comentarios de personas que se animaron a leer y han descubierto detalles muy interesantes. Espero que esta serie de escritos que comienza hoy, sobre la doctrina eclesial, tenga el mismo efecto. La invitación es a que conozca su fe, encuentre las razones que la sustentan y, seguro ya de aquello en lo que pone su confianza, no se deje estremecer ni convencer por cualquier discurso. Poner en cierta forma en tela de juicio las verdades de la fe no es temeridad ni atrevimiento. Dios nos hizo capaces de dudar y no sería Dios si no lo prohibiese o nos pidiese no hacerlo.

Trataremos en este espacio sobre la doctrina de la Iglesia Católica, pero la invitación es para todos: creyentes o no, católicos o no, ateos o no, agnósticos o no. Dicho sea de paso que se trata de una mera provocación al lector quien, por cuenta propia y procurando la guía adecuada, se debe adentrar en la lectura y estudio de lo que quiere conocer.

¿Se llama usted católico? ¿Ha leído el Catecismo? Ese libro contiene una explicación detallada de las cosas que usted dice profesar, ¿las conoce? Acompáñeme a recorrerlo. Por ahora simplemente digamos que consta de cuatro partes dedicadas a la profesión de la fe, la celebración del misterio cristiano, la vida en Cristo y la oración cristiana. Publicado a través de la constitución apostólica “Fidei depositum”, el catecismo está organizado por numerales y redactado en un lenguaje bastante fácil de entender, con citas constantes a otros documentos eclesiales y de la tradición.

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Marlon_Javier_Dominguez: