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Soplando en el viento

Antes que el poema sea expulsado del alma uterina y vea la luz por primera vez, su creador ya ha escuchado el llanto, la dulce melodía que se acopla de inmediato al universo con las notas inmaculadas de la eternidad. Las letras que lo componen, recién nacidas, se afanan en abarcar las mentes y corazones buscando ser acogidas y arrulladas como inocentes criaturas que llegan pretendiendo enseñar y crear conciencia.

Hace algún tiempo leí el poema hecho canción “Blowin in the wind” (“Soplando en el viento”) de Robert Allen Zimmerman, y quienes para los que no lo conocen con su nombre de pila, se trata de Bob Dylan, premio nobel de literatura en el año 2016. La historia de estas letras se remonta cuando él solo tenía veinte años de edad y se encontraba en una cafetería e inspirado por la melodía de un espiritual negro, un canto que los esclavos que huían de los Estados Unidos solían cantar desde sus nuevos hogares en Canadá. Por eso, cuando este poeta fue galardonado con el máximo honor de la literatura, para mí no fue extraño dicho reconocimiento, pues cada composición suya nace del alma y contiene lo que el escritor quiere que lean, pedazos de la misma.

Y es que este poema hecho canción, como bien lo he dicho, está cargado de preguntas cuyas respuestas se las lleva el viento y que en nada ha cambiado su esencia a pesar de haber transcurrido más de sesenta años de creado. Su génesis estuvo relacionado con la lucha de los derechos civiles y los deseos de cambio propios de los jóvenes de la época y esto le impulsó como un creador de este tipo de temas. Una época de progresismo, el mismo que aún se pregona e invoca en nuestro país y en otras tierras, el mismo que se anhela con la utopía del iluso o con el sueño del poeta. En él se plantea una serie de interrogantes de manera poética que debían encontrar respuestas inmediatas, pero aún hoy muchos de ellos siguen sin ser respondidos.

Preguntas como ¿cuántos caminos debe recorrer un hombre para que lo consideren un hombre? ¿Y cuántos mares debe una blanca paloma surcar antes de dormir en la arena? ¿Y cuántas veces deben las balas de cañón volar antes de que las prohíban para siempre? La respuesta, (dice) mi amigo, está flotando en el viento.

O estas otras preguntas: ¿cuántas veces debe un hombre mirar hacia arriba antes de poder ver el cielo? ¿Y cuántas orejas debe un hombre tener antes de poder oír a la gente llorar? ¿Y cuántas muertes más serán necesarias para que sepa que ya murió demasiada gente? Y vuelve a responder (dice): “La respuesta, mi amigo, está flotando en el viento”. 

O, ¿cuántos años puede una montaña existir antes de que la borre el mar? ¿Y cuántas veces más puede un hombre volver la cabeza fingiendo que no ve? Y, la respuesta, (dice) mi amigo, está flotando en el tiempo.

Hermoso, ¿cierto? Ahora, nuestras preguntas siguen siendo las mismas, y las respuestas, mis amigos, también como siempre, están flotando en el viento junto con el tiempo. Reitero, la Academia no se equivocó como muchos creyeron al premiar a este poeta, que ha entregado siempre como aquellos que pretendemos serlo un pedazo de su alma en cada letra que parimos, con la melodía del llanto persistente y eterno de una humanidad que no quiere hallar las respuestas a estas preguntas aunque permanecen flotando ante nuestros ojos en el viento, mecidas al vaivén del odio y la apatía, del rencor de la guerra, de la intolerancia insaciable que polariza más día a día nuestras sociedades. 

Tal vez sean las nuevas generaciones las que detengan con su aliento las corrientes en donde deambulan las preguntas. Tal vez, sean aquellos que son capaces de escuchar el llanto melodioso y triste los que de una vez por todas abracen las respuestas y den por terminados los interrogantes que socavan el alma, aunque no sean de poetas. Tal vez, aún estamos a tiempo para mecernos en la brisa de la reconciliación con nuestros hermanos. Tal vez, decidamos contar las veces mencionadas en las preguntas y hastiados ya de los números comprendamos que ya es tiempo para dejar de contar. Tal vez, las respuestas algún día dejen de flotar en el viento. Tal vez, no sea demasiado tarde.   

Por Jairo Mejía

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