Hace unos días, tuve el honor de tener como invitado al escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal en una tertulia literaria y con su acostumbrada forma de hablar y decir las cosas expresó: “Colombia es una sociedad que construye sobre la envidia y la venganza”. Me quedé con esta frase, aunque se haya quedado corto en cuanto a la comprensión geográfica. Y es que si uno cree que solamente nuestro país es el que está polarizado, estamos equivocados.
Si bien es cierto que el mundo debe mantenerse en equilibrio, también es cierto que el mismo debe darse de forma sutil y no violenta. Catástrofes, pandemias, hambrunas y las eternas guerras locales e internacionales nos llaman la atención hoy más que nunca. Pero, dentro de nuestra mal llamada modernidad, nos creemos eruditos de cuanto tema en la actualidad se nos presenta y, apropiándonos de la copiosa información que a diario se nos suministra, cierta y falsa, argumentamos con voz alta, creyéndonos dueños de la verdad y de lo que más le conviene a la sociedad, formando bando dentro de las vertientes surgidas con ocasión a los conflictos y confrontaciones actuales sin saber a ciencia cierta lo que defendemos y con tristeza, peor aún, lo que atacamos.
Hoy, ya muchos se consideran israelitas, otros palestinos; antes eran rusos o ucranianos, en fin, somos lo que nos diga el viento olvidando que el viento sopla donde quiere, y uno oye su voz, pero no sabe de dónde viene ni adónde va.
Quizás hay que recordar que somos habitantes de un fragmento de estiércol estelar. Vivimos en la mierda del universo y como tal, aunque a veces nos llegue el hedor, no somos capaces de identificarlo, pues, nos acostumbramos a vivir en ella, que ya, igualmente, somos como moscas que “aleteamos” para ver en qué parte nos va mejor.
Somos perseguidores de intereses y eso al final no es malo, pues la supervivencia en todos los seres vivos es su razón de existir, pero mientras la gran mayoría sobrevive en la naturaleza con intuición, nosotros los seres humanos nos exterminamos esgrimiendo razones imbéciles y muchas veces desatinadas. Miramos la brizna que hay en los ojos de los demás, pero no reparamos en la viga que hay en los nuestros. La hipocresía reina, queremos juzgar olvidando que al final seremos juzgados con la misma medida y por eso debemos ser más cuidadosos en lo que exponemos, en lo que decimos; carecemos de la prudencia y hasta de la discreción y nos exponemos a nuestro lamento después de nuestras falsas salidas, simplemente por permitirnos contagiar de los fervores mediáticos que nos arrope en el momento. Es fácil perder el control, estamos expuestos a los algoritmos en nuestras redes sociales y en las plataformas de entretenimiento, que sin darnos cuenta nos manipulan y dirigen nuestro comportamiento, sin que ni siquiera sepamos o seamos conscientes de lo que está pasando.
Nuestras decisiones más importantes sobre odiar o amar a alguien o a algo, cada día que pasa quedan más y más delegadas en manos de algoritmos que nos perfilan teniendo en cuenta nuestro comportamiento de búsqueda de información. Aún faltan muchas bombas por caer y consecuente a ello destruir, pero debemos tener presente que las bombas no se lanzan solas, un botón las lanza. Es la decisión de un hombre el que las suelta, así mismo, nuestras palabras no salen solas de nuestras bocas, somos nosotros sus creadores y somos los que las lanzamos, después que hayan salido, es inevitable las consecuencias creadas por ellas en nuestras intenciones. Por eso, quizás sea el momento de reflexionar un poco sobre nuestro propósito de existencia en el planeta y no olvidarnos que somos habitantes, como dije, de un fragmento de estiércol estelar del universo y si hemos de sobrevivir en el mismo, hagámoslo con sabiduría y hasta con intuición como los demás seres vivos. La vida pasa muy deprisa y en ese tiempo limitado tratemos de aprovechar ese suspiro cósmico antes de darle el paso a las siguientes generaciones, nuestra especie es pasajera, por eso actuemos con calma y que nuestra vida tenga sentido.
Por: Jairo Mejía Cuello.