El haber nacido en el Caribe colombiano ya de por sí es un verdadero privilegio. Todos sin excepción portamos con orgullo en nuestros genes la característica que nos identifica como caribes, alegres, joviales, desparpajados y dotados de una capacidad casi única y es la de tomar las cosas con absoluta calma, dicho en nuestro idioma, “cogerla suave” y, mediante esta actitud, hemos ido forjando nuestro propio destino, destino que cada vez es más deplorable.
También es cierto que eso que nos hace únicos también nos ha conducido por realidades que nos ha estancado como sociedad, solo basta mirar nuestras ciudades (con algunas excepciones) para darnos cuenta que vamos en una inquietante tendencia a convertirnos en una comunidad de pobres, sumidos en ríos de aguas negras, basureros a cielo abierto y con enormes deficiencias comportamentales que nos hacen personas no gratas no solo en nuestro país sino en el exterior; de hecho, hace muy poco vi un cartel en una unidad residencial de la ciudad de Bogotá que decía textualmente: “No se admiten costeños ni venezolanos”; creo que no tengo que explicar las razones puesto que todos las conocemos.
No me malinterprete el lector, pero a veces siento la sensación de querer haber nacido en otro lado, no me siento cómodo aceptando y viendo como “normal” y justificando que por haber nacido en el Caribe tenemos patente para comportarnos como primates y exportar lo peor de esta condición a donde quiera que vayamos; ahora bien, uno podría decir que retrocedemos como cultura, pero la verdad es que si miramos al pasado nuestros orígenes (abuelos y bisabuelos) nunca perdieron su esencia caribe pero construyeron familias, capitales, pueblos y ciudades que siguen en pie evocando la grandeza de esos hombres y mujeres costeños a lo que le debemos todo lo bueno que somos.
Tal vez esto que voy a decir es un sonsonete trillado y hasta podría sonar a clichés, pero tuve la fortuna de pasar unas cortas vacaciones en Medellín, ciudad a la que había ido en plan de trabajo o en misión académica por lo que la estancia se limitaba del aeropuerto al hotel, del hotel a los eventos y viceversa, pero apreciarla, caminarla, disfrutarla y envidiarla, solo esta vez; tengo que confesar que me vine enamorado, de su cultura, gastronomía, su empuje, y del credo que aplican para cuidar eso que es su mayor tesoro y que los identifica, y es el no permitir que nadie los contamine, es decir, ninguna subcultura ponga en riesgo lo que los ha hecho grandes, lo que tal vez para algunos lo llamen despectivamente “regionalismo”, pues precisamente es eso lo que los ha protegido.
Al llegar al departamento no es necesario tener que leer el aviso que anuncia que ya estamos en Antioquia, hay una división visible en la carretera que se puede apreciar en el color del asfalto porque es absolutamente nuevo, ni un solo bache, ni un solo hueco, completamente delimitada y señalizada y durante todo el recorrido por las carreteras del departamento no vimos ni un solo animal en la vía, una bolsa de basura, cadáveres de animales y, por supuesto, ni un solo motociclista irresponsable, les puedo asegurar que fueron los peajes que he pagado con mayor gusto en mi vida; ah, pero ya en la ciudad, las maravillas continúan, adicional a lo que ya les he contado, otra característica que resalto es que brillan por su ausencia en la Capital de la Montaña los carros de tracción animal en las vías, indigentes, limpiavidrios, vendedores ambulantes, mototaxis, cobradiarios y, como ya lo dije, ni una sola bolsa de basura visible o regada, y para deleite propio muy pocos motociclistas y los que alcancé a ver portaban todos sus elementos de seguridad y protección. La ciudad respira progreso, su infraestructura se alza imponente para orgullo de sus habitantes y visitantes y portan con orgullo (ahí sí) la verdadera condición de una región que nos da ejemplo de lo que significa ser regionalistas y no tienen que acudir a mostrar a Juanes, a Botero, a Jay Balvin, a Karol G o a Maluma como sus únicos orgullos.
Lo digo porque cuando nos critican lo mal que nos comportamos, de una sacamos a García Márquez, a Shakira, al Pibe, el carnaval de Barranquilla y el Festival Vallenato; no sé si han notado, pero todos los personajes mencionados apenas tuvieron la oportunidad salieron del país a vivir en otro lado, por algo será.
Por: Eloy Gutiérrez Anaya.