X

Sombras en el presente

Desde hace un tiempo el primer saludo que daba en las mañanas era para un señor de unos 70 años, de caminar lento y torpe por algún problema en sus piernas, salía con una camisilla blanca y pantaloneta azul, siempre pensé que necesitaba compañía para su rutina mañanera porque era evidente la dificultad para moverse.

En una de esas mañanas salí con mi manguera a regar unos cañaguates que sembré, es una manguera incomoda que permanece enrollada y por mucho que la extienda su forma de resorte sigue intacta, para llevarla hasta las plantas debo alargarla hasta las rejas en el conjunto donde vivo, en esa maniobra me encontraba cuando escuché el buenos días con esa presbifonía que ya era familiar para mí. Sin voltear y concentrado en mi oficio de jardinero, respondí, no terminé mi saludo cuando sentí un golpe como si algo pesado cayera al piso, era el señor Vicente que no pudo superar la barrera en que se había convertido esa manguera, se golpeó la cabeza y la sangre salía a chorros de su frente, traté de levantarlo, pero pesaba mucho, corrí a la casa por algo y agarré un papel higiénico, lo coloqué en su frente, pero la sangre no dejaba de salir mientras el señor Vicente temblaba y respiraba profundo soportando el dolor.

Su hija salió corriendo en compañía de un vigilante, supongo que dieron aviso al ver las cámaras de seguridad, ella llorando regaña a su padre por salir de la casa, el sin alterarse le pide que se calme y como cansado de sentirse un estorbo le dice “lo mejor sería morir”, los acompañé a su casa pero yo estaba muy avergonzado, la culpa me invadía no solo por la herida causada, también por la tristeza provocada en ese señor y su hija, además yo sería el responsable que le prohibieran al señor Vicente su acostumbrado recorrido, pero no era solo su ejercicio, era su libertad, ese momento solitario que le permitía pensar sin escuchar a alguien al lado, saborear y dejarse tocar por el aire de la madrugada simplemente ser, simplemente existir.

En la noche antes de llegar a mi casa pasé a preguntar por el señor Vicente, salió mostrándome los puntos en su frente, le pedí me disculpara por el descuido, a lo que respondió que no me preocupara que esas cosas pasan, estreché su mano y me despedí. A la semana siguiente lo volví a ver caminando, me alegró eso, decidí sacar la manguera más temprano para evitar que pasara por lo mismo, él iba contento, acompañado de una enfermera a quien le hacía bromas como un joven conquistando a su enamorada, ella reía dándole una palmada en el hombro con cierto gesto de complicidad.

El 6 de enero en la mañana preparaba el equipaje para viajar, mi hijo a quien le encanta correr hacia el parque salió disparado, lo persigo y lo alcanzo precisamente en la casa del señor Vicente y allí estaba su hija y el esposo de ella, después del acostumbrado saludo de año nuevo pregunté por su padre, se miran a los ojos y ella contesta en tono melancólico: “mi padre murió el 24 de diciembre”, no lo podía creer, recordé sus palabras como si se tratara de un deseo “lo mejor sería morir”, la muerte a quien Fustel de Coulanges en la ciudad antigua señala como la primera religión del hombre, a quien en ocasiones el ser humano anhela entregarse por tristeza o por cansancio, ella a la que tememos, a la que respetamos, nuestro destino, ella en la que desaparecemos sin avisar, ella que nos arrastra sin poder oponernos, como arrastró al señor Vicente, lo liberó de las ataduras de este mundo, lo sanó de sus enfermedades, lo lleva a volar hacia la eternidad notificándonos una vez más que no somos más que únicamente sombras en el presente.

Categories: Columnista
Carlos Andrés Añez Maestre: