DOS CUENTOS CORTOS
Por Leonardo José Maya
El poeta Alfredo Guillén creyó reconocer en los ojazos claros de una azafata tierna la mujer de su vida, se enamoró perdidamente con una sola mirada y eso le bastó para vivir para ella. Esta ilusión repentina lo condenó a padecer el recuerdo permanente de una mujer eterna y ese amor que nunca fue lo llevó hasta el sufrimiento y el martirio, pero –paradójicamente- fue el mejor que nunca tuvo. Llegó a escribir sus mejores versos inspirado por ese recuerdo inolvidable.
Aunque solamente se cruzaron dos o tres palabras durante el viaje, los poemas que escribió bajo este ensueño son los mejores de su carrera y han sido premiados en varios concursos internacionales.
Hoy mientras vuela recibiendo premios y escribiendo versos lejanos en aerolíneas dispersas, sigue buscando en todas las azafatas del mundo los ojazos claros que lo enamoraron hace cinco años durante un viaje rutinario entre Valledupar y Bogotá. Lo que ignoran los jurados de estos concursos es que la inspiradora – tal como lo describen los versos – fue amada íntegramente por el autor… aunque ella jamás lo supo.
El infortunio de Toño
Toño, el compositor, tal vez no lo sepa pero vive una tragedia y es que toda su vida ha sido despreciado –y a veces calumniado- por mujeres que nunca pretendió y otras no menos tantas es que siempre ha sido amado –y hasta idolatrado- por aquellas en las que jamás tuvo interés.
Para complicar las cosas las mujeres que lo aman son realmente hermosas y delicadas mientras que las que lo deprecian poseen menos encantos y son groseramente utópicas.
Es extraño, pero las que realmente ha pretendido siempre lo han visto con un frio sentido de indiferencia. Nunca ha despertado en ellas ni siquiera un asomo de compasión.
Lo que Toño no sabe es que el mismo arte que tanto brillo le brindado es el mismo que le da la sombra que padece, porque, tratando de interpretar emociones ajenas, compone canciones diversas que son percibidas de maneras distintas.
Las que lo desprecian piensan que atrevidamente les compone canciones de amor donde presume que ellas están locamente enamoradas de él, las que lo idolatran aseguran que esas canciones donde el habla del amor profundo que le inspira una mujer son compuestas para ellas y las que lo miran con indiferencia juran que es un presumido con tanta inspiración no es capaz de escribirles unos versos exclusivos para conquistarlas. La tragedia del compositor no es ser amado por unas o despreciado por otras. Su verdadero infortunio es la indiferencia de las que está dispuesto a amar.
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