Confieso que me demoré un buen rato acomodando el título de esta columna en vista de que mi tema de hoy coincide bastante con lo que ya han opinado varios columnistas, no solo en el periódico EL PILÓN, sino también en otros medios.
De veras, considero que tal título es apropiado, debido a que todos los habitantes de Colombia estamos sobrellevando peligrosa situación, demasiado terrible, por la enorme confusión y desconfianza reciproca generalizada.
No obstante, personalmente, soy optimista en que tan confusa situación la superaremos más temprano de lo que prevén los pesimistas más impertinentes, quienes, en realidad, conforman un amplio grupo con vasta audiencia, tanto adentro como afuera del territorio colombiano.
Me duele inmensamente colegir la hipótesis de que si, en Colombia, colocáramos sobre una balanza de altísima exactitud las malas y buenas acciones de su gente, no habría duda alguna en que el fiel se inclinaría hacia los malos actos. Lo más grave y vergonzante es que igual ocurriría si tales acciones las extrapoláramos a cada una de las instituciones del país y en sus respectivas regiones, llámense departamentos, distritos, municipios, ciudades y demás poblaciones.
Probablemente, algunos lectores condenarán mi generalización, ignorando olímpicamente que en mi alusión nada es absoluto, tal vez porque tales juzgadores son aquellos proclives a pontificar que en nuestro país la gente buena es mayoría, a la cual sin ningún temor, yo me atrevería a colocarla en una balanza similar para verificar qué tan fidedigna es la benignidad de la gente colombiana, de ser cierto, posiblemente no estaríamos en las condiciones que estamos, más que todo en razón a que a la mayoría de las personas no se les respeta sus derechos ni siquiera los fundamentales.
Colombia requiere con suma urgencia una transformación total, de lo contrario tarde o temprano llegará el momento que no se podrá contener el estallido social por el cúmulo de injusticias, permitidas o cometidas por sus gobernantes, se podría testificar que desde la llegada de los conquistadores.
Tales arbitrariedades han agotado la tolerancia de los gobernados. Lo más preocupante de esta terrible situación es el amasijo crónico de tantos intereses que impiden ver y entender, principalmente a la dirigencia política que tanto el sistema capitalista como el comunista han fracasado por la ostentación de poder sin escrúpulos y manipulación de la corrupción, cuyo gran promotor es la obtención de riqueza como sea; es decir, el fin justifica los medios.
Tal justificación es tan antigua como la humanidad, que siempre la ha aplicado cuando le conviene; sin embargo, la han endilgado a Nicolás Maquiavelo, un italiano que apenas nació en 1469 y fue político, diplomático, funcionario, filósofo y escritor, considerado padre de la política moderna, la cual no es más que politiquería descarada, mediante la cual han invertido los principios y valores morales, han corrompido a la sociedad, al dinero lo han entronizado como el máximo rey, para algunos superior a Dios.
Para los apegados a que el fin justifica los medios, la democracia no deja de ser una farsa marrullera por no decir criminal, a través de la cual las riquezas cambian de propietarios, similar al principio de Pareto, aplicado muy a menudo por los politiqueros colombianos que se reparten el erario y los bienes naturales del país.
Por ejemplo, durante la pandemia del SARS-CoV-2, causante del covid-19, las EPS, propiedad de empresarios y políticos influyentes, han obtenido multimillonarias ganancias, en cambio miles de médicos y paramédicos se han infectado y centenas han muerto por cumplir a cabalidad sus labores, incluso debiéndoles varios meses de salarios.