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SITIADOS

Desde mí cocina

Por Silvia Betancourt Alliegro

Esta es una columna que hice pública en julio de 2008, como sigue vigente el estado de hechos, la repito pasado otro lustro.

Hace un lustro, los habitantes de los centros urbanos de Colombia se desparramaron alegres y derrochadores por todo el territorio, el dinero que habían ahorrado sitiados en sus localidades lo gastaban sin reparos en todo lo que les ofrecieran; estaban recorriendo su país y exudaban felicidad.

Es que las ciudades se habían convertido en cárceles, y en los trayectos que efectuaban a diario jamás salían del perímetro urbano, tal cual como los reclusos en las cárceles, la ruta diaria la conocían en cada metro cuadrado con sus huecos, árboles y los transeúntes también formaban parte del paisaje, creo que hasta sabían de qué color se vestirían determinado día de la semana.

El acuerdo con los jefes de las Autodefensas Unidas de Colombia implicó la desmovilización de sus tropas. Esos hombres, acostumbrados a comer, vestir y divertirse sin problemas económicos, se vieron un día sin patrones, sin el sueldo devengado por atemorizar, torturar, matar y enterrar en mínimos trozos de tierra a la gente que le ordenaban, sin hacer preguntas, sin temores, ni remordimientos. Además, enviaban dinero a sus familiares para que vivieran con holgura; lo terrible es que esos mismos parientes se aprovechaban del ‘estatus’ que les proporcionaba tener un miembro de la familia armado, sin conciencia, ley ni Dios, para a su vez atemorizar a cualquiera que se atreviera a mirarlos raro.

A esos ejércitos irregulares disueltos, les dieron recompensas en dinero por haber sido perversos, y con él adquirieron motocicletas, no para transportarse, si no para emprender un negocio que les brindara el suministro diario de adrenalina a la que son adictos, y apoderarse de los bienes de los ciudadanos, por las buenas o por las malas.

A tanto ha llegado su osadía, que ahora se puede asegurar que estamos presos en las ciudades, otra vez, porque los asesinos que estaban en el monte se asentaron definitivamente en ellas. Nadie se salva, porque ni siquiera podemos tener la puerta de la casa abierta, pues los criminales llegan raudos en sus motos y nos asaltan, por tanto, con unas temperaturas promedio de treinta y cinco grados a la sombra, tenemos que permanecer encerrados.

Ahora el sitio no es a las ciudades, es a cada casa de cada barrio de cada localidad colombiana. Y lo que es peor, no solo los delincuentes comunes y los desmovilizados nos agreden, también hay que desconfiar de los guerrilleros, los delincuentes comunes, y para completar, la policía y los demás cuerpos armados legalmente por el Estado están infiltrados por el hampa.

Creo que la Seguridad Democrática fracasó, pues lo que logró fue un traslado masivo de criminales, dispersos, a concentraciones urbanas donde todo es válido, todo se consigue con dinero o por temor, que es creciente, no tenemos a quien recurrir en caso de agresión ¿o sí?.

Hace algunas décadas, cuando las computadoras ocupaban varios metros cuadrados y eran solo para las grandes empresas, y se alimentaban con tarjetas de cartón perforadas con el mismo código binario actual, un amigo judío me dijo adelantándose al futuro: “Dentro de cuarenta años, los humanos únicamente se comunicarán por computadoras, además, tendrán que alimentarse a escondidas para que no los asesinen para quitarles la comida, jamás saldrán a la calle”. Creo que era lector de Giovanni Papini, porque a George Orwell todavía no lo habíamos descubierto.

Pero al gobierno de cualquier nación, porque no estamos solos en la desgracia, se le ‘olvida’ que hay una salida simple: el retorno a los campos a sembrar, trasladar ejércitos de desocupados a las granjas, para ser capacitados por los valientes campesinos que se quedaron orando y sembrando; sería posible convencerlos equipándolos con algunas de las comodidades que nos encadenan a las urbes.

Como citadina de la tercera edad, sueño con aprender a sembrar, asistir al nacimiento de cada planta-despensa, recoger, compartir; ver la puesta en escena de Dios en cada aurora y crepúsculo, acompañada por gente sencilla, que use términos usuales, coma y beba sin someterse a los protocolos y que me obsequie su narrativa oral, como en el principio de los tiempos. Amén

yastao2@hotmail.com

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