“Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud”; Gálatas 5,1.
Este fenómeno se conoce por un estudio que se llevó a cabo en Estocolmo, Suecia, en 1873, donde se logró identificar un apego emocional que las victimas desarrollan hacia sus captores. Es como si desarrollaran simpatía o compasión por el estado en que se han encontrado y habiendo estado en él durante un tiempo, comienzan a aceptar su situación de derrota, esclavitud e intimidación. Justifican su situación y se conforman con lo que está ocurriendo; sucede con las personas que han sido maltratadas, violadas, abusadas o secuestradas.
Tomo esta aberración para hacer un paralelismo con la situación espiritual de mucha gente, quienes también padecen el síndrome espiritual de Estocolmo. Han vivido tanto tiempo vidas planas y han estado derrotados por tanto tiempo, han permanecido deprimidos tanto tiempo, han sido adictos por tanto tiempo, que de hecho sienten simpatía o compasión por ese estado e incluso lo justifican y creen que se lo merecen y lo disfrutan.
Queridos amigos lectores: Cuando alguien se encuentra en ese estado, piensa que tiene el derecho a estar deprimido, el derecho a estar temeroso, el derecho a sentir desconfianza, nada bueno le ha pasado en la vida. Se ha acostumbrado demasiado al fracaso, se ha acostumbrado a perder, se ha acostumbrado a estar atado, vencido y deprimido que, en realidad, tiene una sensación de lealtad hacia ese estado.
Cuando el síndrome espiritual de Estocolmo se apodera de nosotros, creemos que lo que los captores nos dicen es verdad y luego de un tiempo, sentimos simpatía o compasión por la cautividad en que nos encontramos. Comenzamos a llevar las cadenas que los adversarios nos ponen y permanecemos deprimidos, dudosos, desanimados y desesperados.
Creo que es tiempo de soltar las cadenas que nos atan y tomar acción efectiva en su contra. La historia del cautiverio de Pedro nos cuenta que, estando encadenado y custodiado, listo para ser extraditado; esa noche, se presentó un ángel del Señor y una luz resplandeció en la cárcel; y tocando a Pedro lo despertó diciendo que se levantara pronto y las cadenas se le cayeron. Le dijo el ángel: “Cíñete y átate las sandalias y envuélvete en tu manto y sígueme”. Habiendo pasado los puestos de guardia, la puerta de hierro que daba a la ciudad se abrió y salieron a la calle, librándolo así de la mano de Herodes.
Debemos dejar que la luz de Dios resplandezca en la cárcel donde estemos encadenados con depresión, temor, adicción, esclavitud, mentiras y vergüenza. Debemos tomar posición para que las cadenas que nos atan se caigan y debemos hacer algo, tomando acción práctica, ceñirnos y atarnos las sandalias o los pantalones, envolvernos en el manto de la fe y la oración y seguir confiadamente al Señor. ¡Debemos seguir al Señor para escapar de la prisión!
Acaso, ¿Hay cadenas de opresión en nuestras vidas? ¿Preocupación, temor, desanimo, depresión, duda, incertidumbre del futuro? ¡Debemos hacer algo para liberarnos! ¡Dios nos llama a libertad! Levantémonos y vistámonos de toda la armadura de Dios para que podamos estar firmes contra las asechanzas de aquellos que quieren capturar nuestra alma.
Alistémonos para seguir al Señor fuera de la esclavitud y hacia un lugar hermoso de libertad. Renunciemos a todo síndrome de esclavitud. Su promesa es que si el Hijo nos libertare, seremos verdaderamente libres. ¡Disfrutemos de la libertad en Cristo! Te mando un fuerte abrazo de libertad en Cristo.
Por Valerio Mejía Araujo