El pasado miércoles, después de conocerse una encuesta empresarial del diario La República, donde 800 empresarios del país rajaron la gestión del gabinete ministerial con un promedio de 2.4/5.0, el presidente Juan Manuel Santos, les pidió las renuncias.
Claramente, la solicitud de esa renuncia masiva no obedeció a la ineficiente gestión de la mayoría de su equipo de gobierno, sino a una estrategia politiquera para repartir el resto de la mermelada ($ 6.1 billones en contratos) entre los congresistas que tienen que salir a negociar los votos en sus regiones de cara a las elecciones legislativas y presidencial del año entrante. Por eso salieron a decir que era una “renuncia protocolaria”, una forma tramoyista de disfrazar el delito de “Concierto para delinquir”.
Si éste fuera un país de políticos decentes, la renuncia de los ministros debería sujetarse a los resultados de su gestión y a la evaluación de los gremios de cada sector, y no a la presión de una cuadrilla de enmermelados congresistas de los partidos políticos de la coalición de gobierno. Por esa práctica clientelista es que el presidente Santos nos deja un país con un bajo crecimiento económico (1.1%), con los escándalos de corrupción más grandes en la historia de Colombia (Odebrecht, Reficar, Marketmedios, etc.,) y con un incumplimiento mayor al 60 % de sus promesas de campaña.
Lo más indignante de este panorama, es que no hay quien responda por este descalabro gerencial, fruto de la improvisación, la incoherencia y el manejo politiquero de los recursos públicos. Y como no hay quien haga control político, ni quien imponga sanciones rigurosas a los responsables de esta debacle económica y social del país, todos hacen lo que se le venga en gana. Hasta con ese deber moral, acabó la mermelada del presidente Santos.
Éste es el único país del mundo donde se suspende la educación durante 37 días a 10 millones de estudiantes de bachillerato o donde se roban los dineros del programa de alimentación escolar de 2.4 millones de niños desnutridos y no pasa nada. Es la única Nación del mundo, donde el cultivo de la coca crece 50 veces más que la agricultura lícita y tampoco pasa nada. ¿Será que el ministro de la Defensa, Luis Carlos Villegas, piensa que la coca está incluida en el programa de legalización de la marihuana con fines medicinales? ¿o que está incluida en el programa ‘Colombia Siembra’ del Ministerio de Agricultura?
Y hablando del Ministerio de Agricultura, no hay derecho que vengan a echarles la culpa de la fiebre aftosa a unos empleados mal pagos del ICA y de la policía fiscal y aduanera. ¡Por Dios! La responsabilidad debe recaer en los altos funcionarios que fueron incompetentes ante la misión de establecer una regulación para mejorar los estándares sanitarios del sacrificio y la comercialización de carne en el país. Veo muy cerca la mayor quiebra a la ganadería colombiana sin que nadie responda.
También es el único país del mundo donde a los ministros se les paga por no hacer nada. ¿Alguien sabe cómo se llaman los ministros de Minas y Energía, Transporte, Medio Ambiente y del Trabajo? Aquí no sólo se perdió la vergüenza, también se extravió la responsabilidad política.