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Sin paz no hay paraíso

Las guerras en Colombia han sido más prolongadas que muchas guerras religiosas; aquí son costumbres cuando debería ser la dignidad como dijo Francia Márquez; quizás, a la mitad de nuestra población le gusta el conflicto; a unos minoritarios porque es un negocio, son hemo dependientes, les encanta ver correr la sangre; para estos es como tener acciones en la bolsa de valores; a otros, pese al dolor que producen las guerras, les encanta atizar la combustión solo por seguir a sus promotores sin importar los muertos que pongan sus vecinos y ellos mismos; son idiotas útiles del conflicto, les encanta el pan y el circo. 

En este país se vota por la guerra; esto demuestra que somos una sociedad enferma. Desde el asesinato de Gaitán, han transcurrido 75 años, no hemos tenido un instante de paz plena, aunque antes, estas eran frecuentes. Las guerras producen desigualdad y pobreza; según la OCDE, Colombia necesita 11 generaciones para salir de la pobreza, unos 300 años, el país peor ranqueado de sur América. 

La neurosis de la guerra, el estrés post traumático, el síndrome del trauma de la violación, el trastorno de la personalidad, el desplazamiento, el desarraigo y las olas de suicidios son algunas de las herencias perversas de la guerra. Son tres generaciones perdidas que requerirían al menos otras tres en la recuperación genealógica y en crear una persona nueva que nuestros nietos no verán. Sin embargo, este es un país fuerte, que parece sigue normal, la sangre derramada es invisible e inodora; la gente se ve alegre y no hay festival ni función religiosa que no cumpla, muchos siguen comulgando todos los domingos, pero como Pedro Navaja, llevan escondidos sus puñales en el gabán. 

Este es el país más raro de la tierra, es el paraíso de Caín. ¿Qué hacer para salir de la guerra? El presidente Petro ha propuesto la paz total, esa es su bandera, no hay otra. Esta apuesta tiene muchas dificultades por la variedad de sus interlocutores y por la naturaleza de sus enemigos que ven en la paz un fracaso para sus actividades delictivas. Hay que reconocerle a ‘Pepe’ Félix Lafaurie, adversario nato de Petro, las posiciones que está asumiendo en la mesa de negociaciones en favor de la paz así su esposa tenga un plan B. Pero, pese a la buena voluntad y apertura del presidente Petro, se siguen realizando masacres, la inseguridad ciudadana crecen y las bandas delincuenciales también, los niños siguen siendo reclutados para la guerra y la delincuencia, el saboteo a las buenas intenciones del gobierno no cesa y las mentiras de los medios sobre lo que ocurre no dan tregua.  

Incluso, muchos que antes no protestaban por miedo a la represión, ahora lo están haciendo por la confianza en que ahora no será así; no hay que abusar, el fuego amigo es peligroso porque otros se aprovechan.  Los recientes hechos de San Vicente del Caguán no deberían presentarse que, con la antigua filosofía para dirimir los conflictos, muchos campesinos habrían muerto. 

A los procesos iniciados con los diferentes grupos que generan la guerra y la inestabilidad, se les debe dar un plus de pragmatismo; las mejores negociaciones son aquellas en las cuales uno está fuerte. El Estado debe llenar desde ya los espacios que dejaron las Farc; de las 250.000 tropas que tienen las FF.MM. deberían estar allí, al menos, 150.000 no para matar campesinos; los enemigos de la paz deben ser los sujetos de la persecución. Y, 100.000 policías mantenerlos en las calles para controlar la delincuencia urbana. Solo sobre estas categorías de fuerza se puede negociar, la paz comienza en los territorios. La paz no se hace con escapularios, la conquista ya pasó, el diálogo sin fuerza no es sostenible, la democracia pura, a veces no es suficiente. Creo, también, que ninguno de los grupos que se encuentran en la mesa de diálogo esté luchando por un verdadero cambio, todos están detrás de lo mismo, un gran negocio. Incluso, a algunos se les debe someter desde ya. No deberían existir tratos preferenciales para ninguno de estos, todos deben entregar sus armas y sus negocios bajo un aceptable protocolo de negociación.   

Por Luis Napoleón de Armas P.

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