El periódico EL PAÍS acaba de publicar un informe, que reproducimos en la presente edición, sobre la euforia e impacto que ha generado la extracción minera del litio en Araçuaí, una pequeña ciudad de 30 mil habitantes, del sureste de Brasil.
Destaca cómo una región que “cargó con el estigma de ser un rincón paupérrimo, marcado por el hambre y el analfabetismo de sus habitantes”, de repente pasó de la miseria a la riqueza, en razón a que “bajo la corteza reseca de un paisaje castigado constantemente por la sequía se escondía un tesoro: enormes reservas de litio”.
Se trata de un mineral de gran valor para muchas industrias, el “petróleo blanco”, cuya explotación en apenas un año ya ha creado mil puestos de trabajo y otros 13.000 indirectos en esa pequeña y pobre población.
Como era de esperarse, la minería derivó en una demanda de servicios que activó la economía local y valorizó los bienes raíces de la región. “Los precios de la vivienda se han disparado y a veces hasta falta pan de molde en los supermercados”, se reseña.
El informe precisa que el litio, clave para fabricar las baterías de teléfonos inteligentes o coches eléctricos, ha desatado una nueva fiebre a nivel mundial y ha llenado de optimismo a esta región deprimida, pero “está dejando un preocupante rastro de efectos colaterales”.
Al leer estas líneas, inmediatamente nuestra mente se remite al corredor minero del Cesar y de La Guajira, donde, al igual que en Brasil, se ha tenido la esperanza de “transformar toda esa riqueza mineral en buenos servicios para la población, en mejorar sus vidas”. El primer inconveniente es la explosión demográfica, una población creciente ávida de nuevos servicios que no dan abasto.
Además, tanto allá como acá, salen a flote los problemas ambientales, de salud y violencia de género que coexisten con las bonanzas agrícolas o mineras. Ahora en Araçuaí sus habitantes ven nuevos cerros artificiales, creen que la poca agua desaparecerá, se amenaza una reserva natural y “conviven con una polvareda constante y el ruido de las detonaciones que la empresa realiza bajo tierra para extraer el mineral”.
“Hacen una propaganda del litio verde, de que es sostenible y tal, pero en el fondo no lo es. Es una explotación codiciosa”, critica Vanderlei Pinheiro de Souza, vecino de la zona rural cuyo equilibrio cree que se ha “malogrado”.
También las autoridades expresan inconformidad frente a los ingresos fiscales. “Están muy por debajo de lo que esperábamos”, dice el alcalde local, que no obstante apoya a la mina.
Como se puede ver, hay similares hechos y quejas de las minas del litio o el carbón, pese a otros beneficios económicos y sociales , y un mundo de expectativas.
Lo ideal es hallar balances eficientes entre todas las variables que intervienen en un proceso minero, – el marco legal, operativo, fiscal, ambiental; con favorables relaciones costo beneficio. Más, de cara a las promesas que se han hecho de aprovechamiento futuro en nuestra región de nuevos metales, como el cobre, también necesarios para las nuevas energías limpias y renovables.
Queda claro, la actividad minera genera impactos negativos y se debe procurar minimizarlos, frente a los grandes beneficios que se generan. Y que si queremos la transición energética, sin la ‘sucia’ y finita minería no podemos aspirar a contar con limpias y renovables energías.