Con el estrepitoso derrumbe de las sociedades autoritarias con socialismo real llegó una aparente integración de la economía de occidente, por lo menos así lo declaró en su momento el presidente de los Estados Unidos, para 1990, H. W. Bush, con la siguiente frase: “La economía del mercado es una garantía para la conservación del ambiente”.
Un mes después de sus declaraciones cerca de 400 académicos provenientes de 25 países se reunieron a unas cuadras de la Casa Blanca en las instalaciones del Banco Mundial para reflexionar durante tres días acerca de las potencialidades de una nueva disciplina: la economía ecológica. Digamos que el hecho se destaca porque una impresión generalizada de dicha reunión fue la descalificación tácita de los principios que rigen en las corrientes de la economía contaminadora y contemporánea, incluyendo en primer término la teoría neoclásica.
Así, por ejemplo, la eficacia de la economía del mercado puede en efecto demostrarse siempre y cuando los cálculos se efectúen dejando fuera los costos ecológicos de la producción y la circulación de bienes. Hoy, frente a los innumerables hechos que amenazan la supervivencia del planeta y de la especie humana, así como animal, hay que cuestionar y replantear tanto los métodos como las bases mismas de la teoría neoclásica, así como las consecuencias de la economía del mercado.
Esta descomunal empresa teórica es la que han emprendido los académicos que hoy se agrupan bajo la cobertura de la nueva economía ecológica, como quien dice, producir sin contaminar (situación que enmarca también el Comité de las Partes – COP). No se trata de realizar de antemano una descalificación total de la lógica que subyace en la economía llamada capitalista, sino de realizar una decantación rigurosa y con los pies en la tierra de los principios que rigen la economía del mercado y de su forma de evaluarla. (Y esto mismo vale para su contraparte teórica: la economía política).
Se intenta, por lo tanto, establecer una teoría capaz de conceptualizar y evaluar las “externalidades ecológicas” que surgen de toda economía, como la destrucción de los recursos naturales (bosques, suelos, recursos hidráulicos, población de peces, entre otros), la generación de desechos o los efectos nocivos de carácter global (por ejemplo: la destrucción de la capa de ozono o incremento del dióxido de carbono), y no solo como consecuencias actuales, sino como efectos trasladados a las generaciones futuras.
El deterioro y la destrucción de lo que se denomina “el capital natural” es un factor que se ha dejado fuera del análisis económico, dando lugar a conclusiones equivocadas, pero que ya empezamos a entender que es un componente importante para la conservación natural y la producción. Es por ello que hoy los teóricos de la nueva economía ecológica intentan agregar al capital y al trabajo los insumos provenientes de la naturaleza (en forma de energía y materia), con la buena esperanza de alcanzar formas más legitimas de evaluar el llamado “crecimiento económico”; otros investigadores se dedican a formular nuevos paradigmas en las cuentas nacionales intentando redefinir algunos conceptos como el del Producto Nacional Bruto.
En resumen, debemos apuntar a una economía sin contaminación, es decir, diferente al crecimiento económico que se enfoca solo en lo cuantitativo, o sea, producir sin tener que ver con lo cualitativo, en tal sentido, bienvenida la economía ecológica.
NOTA: De seguir las marchas, el pueblo colombiano por mucho que le apliquen vacunas, nunca conseguirá la inmunidad de rebaño, debido a la irresponsabilidad de no aplicar las normas de bioseguridad.
Por: Hernán Maestre Martínez