“Siete de enero” y “Mi potrerito” son dos composiciones, paseos, de Tobías Enrique Pumarejo Gutiérrez, Don Toba, poco conocidas, pero, que, sin embargo, se trata de dos joyas musicales de la vertiente del vallenato romántico, del cual fue su creador, así como también del vallenato narrativo y descriptivo, en los que Pumarejo fue uno de sus grandes exponentes.
Ambas composiciones, es lo más curioso, fueron inspiradas por la misma musa, Elvira Martínez de San Ángel, Magdalena, y por un mismo acontecimiento astronómico, luna llena, que Tobías Enrique contempló una madrugada fría de un 7 de enero, en el que no especifica el año. En esa madrugada, Tobías se desplazaba en su caballo “Rosillo” de San Ángel, Magdalena, hacia su finca ‘El Otoño’, hoy Cesar, un suceso deslumbrante que aconteció, mientras cantaban los gallos, después que pasó frente a la ventana donde su amada se encontraba dormida, pero que, en su imaginación, tal como lo describe en una de sus estrofas de este paseo, soñaba con él. Recuerdo que retrotrae en una segunda composición, “Mi potrerito”.
Elvira Martínez, quien fuera uno de sus grandes amores, y quien le dejó una huella indeleble, que incluso, a pesar de la demencia senil que sufrió en sus últimos años, en sus momentos de lucidez solía recordarla, al lado de Doris del Castillo Altamar, la musa de “La víspera de año nuevo” y de María Marta Samper, Marimar, quien, con Elvira, inspiraron a “Callate corazón”, o como inicialmente se le conoció, “No llores corazón”.
Pero ese amor profundo e imborrable hacia Elvira, que, a pesar de su separación abrupta, la que se dio unos años después, no la olvidó jamás. Belleza donaire y dulzura, que lo llevó a componer en 1946, una de las estrofas más bellas de “Mírame fijamente”: “Ojos de fiera de tigra en celo/ así me amenazas con tu mirada/ no niegues nunca que te prefiero/ tú bien lo sabes mujer soñada/”. Esta inspiración, a posteriori, aconteció 18 años después que Tobías le dedicara, 1928, a Paulina Mejía, futura esposa de su amigo de estudio en Medellín, Pedro Castro Monsalvo. Prominente agrónomo, y quien fuera gobernador del Cesar, ministro de Correos y Telégrafos, de Agricultura y Ganadería, concejal, diputado y Senador del Departamento del Magdalena Grande. Líder político y carismático, y de los más grandes, sino el más grande, que ha dado el Cesar; y, además, inspirador de un sinnúmero de canciones que ensalzan su figura, una de ellas, “3 de marzo” que le dedicó su amigo entrañable, Tobías Enrique.
Elvira Martínez, gran amor de Don Toba
De cómo Pumarejo le dio vida a este bellísimo paseo, “Siete de enero”, lo que al respecto me comentó en una mañana prodigiosa y desbordada de recuerdos nostálgicos de 1994, allá en su residencia en Barranquilla, fue lo siguiente:
Que la inspiración para componer este canto, “Siete de enero”, se dio una noche de parranda, que había empezado al lado de Luis Mariano Bornacelly, y que, después, se le fueron integrando otros amigos y conocidos. Pero que, en las primeras horas del amanecer del otro día, al lado de sus amigos de jolgorio, había empezado a componer otro paseo muy bonito dedicado a San Ángel. A lo que le dije, sin preguntarle cuál había sido el primer paseo, que la noche anterior, le había dedicado a este próspero municipio, le pregunté que si en el tema que me hablaba, también dedicado a San Ángel, mencionaba algo de los estribos. A lo que me respondió, que, precisamente esa era el tema al que él se refería. Un paseo, que además de dedicárselo a Elvira Martínez, lo parrandeó bastante con sus amigos.
A continuación, con algunas imprecisiones en la hora y con el orden de las estrofas cambiadas, Tobías me cantó los dos primeros versos de la primera estrofa que alcanzó a recordar de esta magistral composición: “A las cinco (cuatro) de la mañana/ yo me estaba cambiando//”.
Introducción de la que hizo una pausa, pero cuya estrofa no completó. Y de mi parte, no sé porqué, no le pedí que me cantara los dos versos faltantes. Una pena, ya que esta estrofa no quedó plasmada en la letra que recordaban sus amigos con los que con frecuencia parrandeo, entre ellos Chema Martínez, hermano de Luis Enrique Martínez, un acordeonero con el que Don Toba amenizó muchas de sus interminables parrandas y que para mi gusto fue el que en parrandas mejor lo interpretó.
Y Tobías Enrique siguió cantando: “A las cinco (cuatro) de la mañana/ cantaban todos los gallos/ cuando yo cogí el estribo para montar mi caballo// Con tristeza me alejaba/ de ese San Ángel querido/ porque sabía que dejaba/ a ese corazón dormido// A las cuatro de la mañana/ monté el caballo “Rosillo”/ dormida mi amor estaba/ pero soñabas conmigo// Yo sé que tú estás soñando/ un sueño que me provoca/ que te estoy acariciando/ y estoy besando tu boca//.
Y más adelante, después de hacer una breve pausa, Pumarejo repitió la primera estrofa de este tema, pero con un cambio en la hora, cuatro de la mañana, que es la hora correcta, y con otro cambio en una de las palabras del cuarto verso, en la que “montar” la reemplazó por “ensillar”: “A las cuatro de la mañana/ cantaban/ todos los gallos/ cuando yo cogí el estribo/ para ensillar mi caballo/”.
En San Ángel, Don Toba me refirió a continuación, que él se bajaba donde un primo, Enrique Maestre. Allí se encontraban con el “Mono” Meza y Luis Mariano Bornacelly, que era el novio de Estela, la hermana de Elvira. Ese sitio ellos lo cogían para beber Whisky y del bueno.
Sin lugar a duda, ese fue el momento más maravilloso y de mayor relevancia que viví al lado de este portento de la música vallenata, en especial, por la claridad mental que Tobías Pumarejo mostró en ese momento fugaz, un año antes de su fallecimiento. De su parte, fue como un estado de clarividencia y de sobrecogimiento absoluto en el que, los recuerdos más relevantes de su vida se le vinieron en ráfaga, y en el cual, como ya les había comentado, me habló con todo el sentimiento del mundo, de Doris del Castillo Altamar y de María Marta Samper.
Y de Elvira Martínez también me contó, que después que se montó en su caballo “Rosillo”, antes de salir de San Ángel hacia “El Otoño”, su finca, él pasó frente a la casa de su amada. Y como el portón del patio donde Elvira le daba de comer a su caballo cuando la visitaba, en esa hora de la madrugada se encontraba abierto, ante lo cual, y como de costumbre, “Rosillo” intentó entrar hacia el interior del patio, un imprevisto, en el que presume, que Elvira alcanzó a escuchar los pasos de su caballo. Y mientras lo obligaba a girar para que rectificara su camino, recordó con una claridad impresionante, algo que tampoco pudo olvidar, y es que, su sombrero, mientras direccionaba a su caballo por el camino correcto, rozó el alar de la casa de su novia. Hasta ese nivel de detalles Tobías Enrique fue capaz de rememorar los pormenores de unas vivencias acaecidas cuarenta y siete años atrás. Pequeñeces que a mi parecer debía haber olvidado, pero que como se desprende de su relato, para él fueron, además de relevantes, de gran significancia.
Y como para rematar con sus impresiones sobre su amada, que era viuda y soltera, al igual que Tobías, agregó que Elvira era una hembra buena y bien disciplinada. Una pelada bonita.
¿Y cuál pudo haber sido la canción que Pumarejo compuso la noche antes de darle vida a “Siete de enero”?, la cual, lastimosamente se me olvidó preguntarle, así como los versos que le seguían a los dos primeros que me cantó de este tema.
De mi parte, creo que no puede ser otro que “Sabana Sananjera”, otro bonito paseo, que no solo es otra joya del vallenato romántico y narrativo, sino, como otros temas más de su cosecha, descriptivo. Un paseo que no solo se lo dedicó a San Ángel, a sus amigos, a sus sabanas y a las parrandas en las que había participado, en especial con su hermano mayor, Tito, sino a Elvira Martínez, en la que al igual a los otros temas que lo inspiró, dejó su huella narrativa y romántica en la segunda estrofa: “/Tierras de San Ángel donde tengo mis amigos/ tierra sananjera donde hay bonitas sabanas (bis)/ no puedo olvidar, no veo los motivos/ hay una morena, que con sus ojos me llama (bis)//”.
Y el coro, otro modelo del vallenato narrativo y romántico: “//Me voy de San Ángel pa´ Valledupar/ pero aquí morena vuelvo a regresar/ me voy de donde reina la calma/ pero a ti morena te llevo en el alma/ me voy de San Ángel feliz y contento/ pero a ti morena te llevo en mi pensamiento//”.
Pero ¿qué me podrían decir del tercer verso? un ejemplo de primer orden, que de manera magistral intercala las escuelas vallenata narrativa, romántica y descriptiva: “Cuando recuerdo la sabana Sananjera/ con esa morena de ojos bellos y grandes (bis)/ no sé qué me pasa nada me consuela/ y solo se alivia cuando regreso a San Ángel (bis)/”.
Los invito a que admiren el tamaño de los bellos ojos de la foto adjunta, que muestra a Elvira Martínez de perfil. Y me podrán decir si tengo razón o no, de que además de que este tema es una muestra del vallenato narrativo, también lo es del vallenato romántico y descriptivo.
Después de haber disfrutado las estrofas de este bello paseo, “Sabana Sananjera”, y aclarado que es una muestra de amor hacia su amada, Elvira Martínez, retomemos el tema “Siete de enero’, y cómo su última estrofa: “A las cuatro de la mañana/ cantaban todos los gallos (bis)/ un frío que me atormentaba/ era siete de enero (bis)//, se concatena con la tercera estrofa de “Mi potrerito”: “En una noche de enero viajaba/ con una luna brillante y bonita (bis)/ solo un recuerdo me atormentaba/ y eso es tan triste que a todo invita (bis)//.
Pasaron muchos años después de conocer estas dos piezas magistrales de Tobías, para que me diera cuenta que, eran dos temas que se relacionaban con Elvira Martínez y su experiencia vivida en una madrugada de un siete de enero en el que se desconocía el año de su ocurrencia.
La Luna como musa
Pero, después de mucho investigar, basándome en las pistas que se encuentran ocultas en las dos estrofas reseñadas en “Siete de enero”: “Un frío que me atormentaba/ era siete de enero//”, y en ‘Mi potrerito’: “En una noche de enero viajaba/ con una luna brillante y bonita/…”, y conociendo que los amores entre Pumarejo y Elvira Martínez tuvieron lugar en el discurrir de los años 40, ya que en 1946 le había dedicado una estrofa de “Mírame fijamente”, me di a la tarea de averiguar el año de este acontecimiento acaecido en esa madrugada de un siete de enero en la que hacía un frío que le atormentaba.
Así fue como acudí, no sé por qué se me ocurrió, a buscar en Google el calendario lunar de los meses de enero correspondientes a la década de los años 40. En Google empecé la búsqueda, y después de hacer un barrido año a año de la década antes referida, encontré el único 7 de enero, que en la madrugada de ese periodo, hubo luna llena, y correspondió, precisamente, a las cuatro de la mañana al 7 de enero de 1947.
Resultado que concordaba a la perfección con la vivencia vivida por Tobías Enrique Pumarejo en las estrofas antes referenciadas en los temas “Siete de Enero” y “Mi Potrerito”. Dos cantos impregnados de amor, recuerdos y nostalgias, enmarcados en unos de los años en el que Tobías Pumarejo se encontraba locamente enamorado de Elvira, y en el cual, el frío que bajaba de la Sierra Nevada de Santa Marta, y que en las madrugadas hace descender la temperatura en toda esta región, se alineaba con los vientos alisios que en ese comienzo de enero hace que la temperatura, a esas horas, baje a un mínimo posible. De ahí que Tobías Enrique, en la última estrofa del paseo “Siete de enero” diga: “un frío que me atormentaba/…/” era siete de enero//”, y en ‘Mi potrerito’: “En una noche de enero v8iajaba/ con una luna brillante y bonita/”. Sin lugar a duda, es una prueba fehaciente de que estos dos paseos se encuentran direccionados, al igual que “Sabana sananjera” a Elvira Martínez.
No me queda más que decir, que mis respetos hacia ese genio portentoso, representado por la figura insigne, de Tobías Enrique Pumarejo Gutiérrez, “El patriarca de los compositores vallenatos”, quien a través de su larga vida nos dejó un extenso legado de canciones inmortales.
Es una pena que una figura de esta relevancia, de momento, en Valledupar, su tierra natal, los entes culturales y gubernamentales lo hayan olvidado para cualquier tipo de reconocimiento, y que, en el Valle, no cuente con una escultura o un lugar de privilegio en “El salón de la fama de la música del acordeón”, o como también se le conoce, “El palo de mango”. Es imperdonable este olvido, no solo para Pumarejo, sino para otras tantas figuras de antaño, que forjaron nuestro folclor.
Por: Ricardo López Solano