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Siendo purificados

“En el crisol se prueba la plata, en el horno el oro, y al hombre la boca del que le alaba” (Proverbios 27,21)

El proceso de purificar metales era conocido desde tiempos bíblicos. El metal, que en su estado natural está mezclado con toda clase de impurezas minerales, era sometido a un intenso proceso de calor por fuego, lo que hace que, los elementos que poseen diferentes puntos de fundición, se separen para que, quede aislada la plata o el oro puro. 

La ilustración que nos trae el pasaje del epígrafe, usando un lenguaje metafórico, conectan verdades abstractas con experiencias concretas, moldeando así el comportamiento en nuestra sociedad e inspirando a la acción. La teoría de la metáfora nos proporciona pistas para identificar el lenguaje figurado, como el reconocimiento del origen y el destino de una metáfora, ayudándonos a analizar cómo las metáforas interactúan con el contexto general del discurso. Así, podemos entender cómo un proceso similar de purificación ocurre en el ser humano. 

El texto de hoy, nos da una solución confiable para saber la clase de persona que somos y es medir la reacción frente a la alabanza. Es muy fácil confiar en nuestra propia capacidad para efectuar evaluaciones acertadas del verdadero estado del corazón, especialmente lo relacionado con el orgullo y la humildad. La alabanza, tiende a sacar a la luz motivaciones y actitudes escondidas en lo más profundo del ser. 

De cara a la alabanza, existen dos posibles respuestas, ambas deben preocuparnos: la primera es cuando nos hinchamos de importancia y creemos que los logros son solo producto de nuestra fuerza e inteligencia. Este es un camino peligroso porque olvida que, todo lo que somos y tenemos es el resultado de la generosa bondad de Dios. Todo lo que es bueno y justo procede de lo alto. La parábola del siervo que había servido fielmente a su amo en los Evangelios nos enseña que, somo siervos inútiles, pues lo que debíamos hacer, hicimos.  

La otra reacción preocupante es cuando nos mostramos excesivamente humildes y rehusamos reconocer que hemos tenido parte en el éxito de algún proyecto. Revelando con esa actitud una extraña manifestación del orgullo, pues la falta de disposición a recibir los regalos que otros nos quieren dar tambien se debe a la altivez. La verdadera humildad, sabe dar, pero tambien sabe recibir.

La actitud correcta debería ser: agradecer los cumplidos a quien nos lo haya ofrecido y luego entregarlos a nuestra Padre, no sea que lo atesoremos en nuestro corazón. La mejor manera de manejar la alabanza es no dándole mucha importancia. El pensamiento paulino, termina diciendo que ninguno tenga más alto concepto de sí que el que deba tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.  

Mis oraciones para que, purificados nuestros corazones, podamos disfrutar de dar y recibir el reconocimiento, el elogio, la alabanza que todos nos merecemos como un estimulo de nuestra fe. ¡Nuestra reacción a la alabanza prueba nuestra fe!

Fuerte abrazo y bendiciones abundantes.

POR: Valerio Mejía.

Categories: Columnista
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