“Porque el siervo del Señor no debe ser amigo de contiendas, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido”. 2Timoteo 2:24
He conocido personas, en todos los ambientes y profesiones, que son cáusticos y negativos; nunca tienen una palabra amable para nadie, descalifican a todos sus semejantes, especialmente a sus colegas. Según ellos, ninguna otra persona reúne los requisitos, ni tiene las cualidades, ni la experiencia para llevar a cabo la tarea que se le ha encomendado o que de hecho ya está realizando.
Este tipo de personas son amargadas, viven vidas tristes y están en continua competencia comparándose con otros, acumulando para sí angustia y desolación. Las constantes comparaciones con otros, son vacías y sin sentido, puesto que la comparación verdadera debería ser conmigo mismo y con las capacidades potenciales que tengo, comparadas con las capacidades que estoy desarrollando ahora.
Las comunidades se destruyen, la sociedad se enferma y la confianza en el liderazgo se mina, cuando permitimos que todas nuestras relaciones estén signadas por la envidia y la contienda. Con hondo pesar en mi corazón debo reconocer que nuestra sociedad vallenata, está cayendo en la práctica de menospreciar y subvalorar lo que otros hacen. Nos duele el triunfo de los otros y nos cuesta reconocer el bien en las otras personas.
Creo que cuando Dios conquista nuestro corazón, quita la dureza de nuestra naturaleza egoísta y nos ayuda a obtener una visión nueva y profunda de las bondades y maravillas que hace en nuestros semejantes.
Si cada uno de nosotros, como individuos, decide comenzar a valorar la acción de Dios en otros, podremos ver y apreciar, como jamás lo hemos hecho, la extraordinaria grandeza de Dios y la mansedumbre de espíritu que existe en cada ser humano en esta sociedad oscura y llena de conflictos.
Bien es cierto que la Escritura advierte acerca de estos tiempos peligrosos, donde habrá personas “amadoras de sí mismas, avaras, vanidosas, soberbias, blasfemas, desobedientes, ingratas, impías, sin afecto natural, implacables, calumniadores, sin templanza, crueles, enemigos de lo bueno, traidores, impetuosos, engreídos, amadores de los deleites más que de Dios, con apariencia de piedad pero negando la eficacia de ella”; pero también es cierto que los buenos somos más.
Me atrevo, con respeto, a hacer un llamado al amor y la ternura. Al elogio y el reconocimiento. Sin renunciar al derecho de opinión, veamos y elogiemos lo bueno y positivo de las personas en su vida pública o privada. Llamo a que depongamos la contienda permanente y seamos amables los unos con los otros. “la respuesta suave aplaca la ira, pero la palabra áspera hace subir el furor.”
Moisés, fue un hombre impetuoso y altivo, pero en el trato con Dios, se convirtió en un manso y humilde libertador. San Pablo, fue soberbio y autosuficiente, pero en el encuentro y amistad con Dios, se convirtió en un tierno y amoroso líder.
Amados amigos lectores, dejemos que las fibras naturales del corazón se rompan y el pedernal adámico sea molido, para que nuestro pecho palpite con los triunfos ajenos como resultado de aquellos tremendos suspiros de Getsemaní. ¡Mostremos con amabilidad las verdaderas marcas del Calvario!
No podremos experimentar una vida suave, dulce, gentil, victoriosa, rebosante y triunfadora, que fluya diáfana y transparente como una alborada vallenata y una mañana de primavera, si esta no procede de la tumba vacía.
Oremos juntos: “Querido Dios, ayúdame a ser amable con todos, reconociendo los triunfos ajenos como propios. Gracias por tus respuestas. Amén”.
Recuerda: Ayudemos a levantar, a construir, a edificar. Renunciemos al juicio, la crítica y la condena que paralizan las emociones y destruyen nuestras vidas.
Saludos y bendiciones en Cristo…
valeriomejia@etb.net.co