Hay una película que con los años adquiere cada vez más significado, ahora ya desde la memoria de sus escenas, cuando pienso en el cuidado que ofrecemos a los demás y en la necesidad que tenemos también de que nos cuiden. Hablo de Tomates verdes fritos, un clásico ya, donde las interpretaciones de Kathy Bates, Mary Stuart Masterson, Mary-Louise Parker y Jessica Tandy, nos llevan a una historia maravillosamente ambientada en los años 30 y relatada en largos flash back por una anciana, que ahora en el geriátrico, recibe la visita de una mujer que se dedica a acompañarla bondadosamente. Toda la historia, que incluye un asesinato que termina en la barbacoa, sin que por supuesto sea loable el hecho, demuestra la necesidad del cuidado en cada escenario de la vida, comenzando por la doméstica, que actualmente peligra, pues en medio de tantos roles malentendidos y trastornados, va perdiéndose también el entrenamiento para asistir a los miembros de la familia, incluso en asuntos elementales.
La familia debería empezar a exigirse más cuidado y a ordenar su funcionamiento en torno al mismo, con la certeza de estar haciendo lo mejor, no solo por atender la buena alimentación, la salud, las tareas de los niños o una casa limpia, sino por permanecer alerta a tantos síntomas que podrían indicar lo que no anda bien en materia emocional y mental. Y aquí, debería generarse un compromiso colectivo entre todos para poner sobre la mesa de manera abierta y sin vacilaciones cualquier gesto. Si somos capaces de despojarnos de los prejuicios o las formas establecidas sobre lo que regula un comportamiento adecuado, con certeza podemos ver las particularidades y crear un convivencia sana en la cual cada sujeto se sienta cuidado por el otro y en esa medida se sienta aceptado, amado y libre.
La exigencia también va para el Estado, que en Colombia ha limitado el cuidado de los ciudadanos a protegerlos, con la escasez que ya conocemos, de la delincuencia, cualquiera que esta sea, pero que no ha atendido lo esencial en materia de los cuidados esenciales para un desarrollo pleno de las capacidades y los talentos. Hay protocolos de atención entregados en papel en los hospitales, hay normatividad para los colegios, hay sistemas integrados de gestión y de calidad en las oficinas y en medio de todo eso, vivimos en un práctica del maltrato que termina por destruir a las personas cuando entre todos estamos para atendernos. La mirada sobre el otro exige la consideración sobre sus condiciones y nos pone de frente al espejo como si fuéramos nosotros mismos. No se trata ya de solidaridad, ni de protecciones paternales, se trata de cuidarnos, desde la piel hasta la sonrisa.