“Olvidando ciertamente lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta…” (Filipenses 3,13-14)
Para ponderar correctamente esta afirmación, se hace necesario recordar su contexto: la carta a los filipenses fue escrita alrededor del año 62 d.C. mientras su autor, Pablo, se encontraba preso en una celda estrecha y húmeda, con cambio de guardia permanente, posiblemente en Roma. Habían pasado, por lo menos unos 30 años de ministerio fructífero, estableciendo congregaciones en muchas ciudades del continente. Ahora, esperaba el veredicto de la justicia romana, a la cual había apelado, ejerciendo su derecho legítimo por ser ciudadano romano.
Es imperiosamente inspirador que aún después de tantas frustraciones, ya anciano quizás, todavía tuviera una orientación tan clara hacia el futuro. Contrario a eso, es común que con el pasar de los años, pasemos más tiempo pensando en el pasado. Recordando victorias obtenidas y gratas experiencias vividas. Especialmente, volvemos a lamentar las oportunidades perdidas, los errores cometidos, las decisiones tomadas o dejadas de tomar y todas aquellas situaciones que no resultaron como esperábamos.
El pasado es un maestro, es importante mirar atrás para reconocer el camino recorrido y celebrar cómo la mano de Dios obró en favor nuestro. Pero, lo más importante es mirar hacia el futuro. No podemos mirar hacia delante si tenemos la cabeza vuelta en la otra dirección.
Cuando el apóstol afirma que se olvida de lo que queda atrás y se extiende a lo que está delante, muestra que su vida no está condicionada a las circunstancias ni atada al pasado. No importa las experiencias que le tocó vivir, entendía que lo mejor estaba por delante. Y con esa convicción profunda, proseguía con paso firme hacia la meta que Dios había puesto delante de él.
Amados amigos: es importante que miremos hacia delante. No podemos dejar que las dificultades y el sufrimiento del pasado determinen cómo vemos el futuro. Tampoco podemos vivir de los logros que pudimos haber alcanzado en el pasado. La vida crece siempre hacia su expresión máxima de plenitud. “La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”. Lo mejor siempre estará por delante.
Es también majestuoso el ejemplo de Cristo, quien, en medio de la agónica lucha por sujetarse a la voluntad del Padre, en Getsemaní, consiguió levantar los ojos y ponerlos en el gozo puesto delante de él, menospreciando el oprobio de la Cruz. Así, en tiempos de absoluta crisis, podemos fijar la vista en el futuro para cobrar ánimo en medio de la tormenta.
Aprendí de los cazadores que, los animales que son más activos en la depredación, en el ciclo de subsistencia de la naturaleza, siempre tienen los ojos en la parte delantera de su cara, nunca en los lados de su cabeza. Esto porque siempre están mirando hacia delante.
Pongamos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante.
Se les quiere, fuerte abrazo.
POR: VALERIO MEJÍA.