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“…sicut et nos dimittímus debitóribus nostris…”

Como en otros seres de la naturaleza, una de las principales características de los humanos es la sociabilidad, o tendencia a vivir en sociedad. Pero, a diferencia de los animales, nosotros no formamos manadas simplemente por necesidad de protección o por aumentar las probabilidades de conseguir alimento. El vivir en sociedad está inscrito en nuestro ADN, pero no motivado exclusivamente por los instintos, sino también por la razón. El ser humano, en efecto, decide vivir con otros, es más, descubre que él mismo es “un ser para los demás” y, en la interacción con sus semejantes, experimenta alegría, paz, seguridad, confianza, solidaridad, amistad, amor, etc.
Sin embargo, al interior de una comunidad no todos pensamos de la misma forma, ni asumimos las circunstancias de la vida con las mismas disposiciones. Somos diferentes y, aunque estas diferencias sean requisito indispensable para interactuar efectivamente con nuestros semejantes, en ocasiones son motivo de no pocas dificultades, problemas, discusiones, rencillas, etc. Fuimos hechos para vivir en comunidad, pero vivir en comunidad es un reto permanente en el que, con mucha frecuencia, terminamos enfrentados los unos con los otros.
Frente a esta situación podríamos optar por retraernos de nuestra natural tendencia o buscar alternativas que nos permitan resolver nuestros conflictos de manera pacífica y caminar en una misma dirección: el bien común. Una de esas alternativas, a mi modo de ver, es el perdón. Pero, ¿qué es perdonar?
Algunos piensan que el perdón consiste en olvidar la ofensa recibida, pero hay cosas que jamás en logran ser olvidadas. Otros opinan que perdonar consiste en recordar la ofensa sin sentir dolor, pero hay situaciones que seguirán doliéndonos mientras dure nuestra existencia. Entonces, ¿qué es perdonar? ¿Será simplemente un concepto que se introdujo en el imaginario colectivo, pero que no tiene aplicación real en la vida humana? Tal vez peque por optimista, pero estoy convencido de que, no solo es posible definir el acto de perdonar, sino también ejecutarlo en la realidad.
Quien comete un agravio contra su semejante de alguna manera está en deuda con él. Perdonar es el acto por el cual el ofendido decide no cobrar al ofensor las consecuencias de su falta y asumirlas plenamente. Aunque le duela siempre o aunque nunca logre olvidarla. Por esta razón el perdón es heroico, porque quien perdona no lo hace “obligado” por el tiempo que va borrando el recuerdo, ni por el hecho de ya no sentir dolor, sino motivado por la razón, el amor o por haberse sentido antes perdonado.
En el evangelio Jesús hace una invitación a perdonar siempre (setenta veces siete) y a esperar recibir el perdón divino en la medida en que prodigamos nuestro humano perdón: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Finalmente quisiera dejar en la bandeja un par de consideraciones que necesitarán acaloradas discusiones posteriores: 1. Perdonar hace mayor bien a quien perdona que al perdonado. 2. El acto de perdonar no está supeditado al arrepentimiento del culpable. Feliz domingo.

Por Marlon Javier Domínguez

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