Por Mary Daza Orozco
Allá a lo lejos se asomaba el alba amodorrada mientras que la luna regordeta todavía rielaba entre gironcitos de nubes, la había cogido el día, pero sin afanes fue bajando por detrás del horizonte. No tenía a quién darle cuenta de su retraso en hacer el recorrido mil veces repetido desde cuando comenzó la historia del mundo. La ciudad serena, ¡un domingo sin el estridente parlante de la esquina con canciones de los jóvenes aristas vallenatos! Había un profundo silencio en memoria del maestro mayor que después de una vida fecunda en cantos, sombras, anhelos y amistades se fue y dejó una estela de inmortalidad.
Qué más se puede hablar del maestro Leandro Díaz, después de tantos homenajes con los que se trata de acercarse a la grandeza de su vida, sólo que su muerte ha hecho que este día domingo, de estrépito semanal, sea de recogimiento, y permita, desde la ventana, admirar el cambio de noche en día, un silencio que hace juego con aquello de: ”Si se calla el cantor, calla la vida / porque la vida, la vida misma es todo un canto…”
Tuvo larga vida el maestro, como la deben tener todos los juglares, esos que en principio iban de pueblo en pueblo llevando su canto, pero Leandro Días tuvo un don especial que para los literatos y la literatura en general es insuperable: el uso magistral de la metáfora, la reina consentida de las figuras retóricas, la más difícil de lograr, como debe ser: esplendorosa y contundente.
La más conocida: “Cuando Matilde Camina hasta sonríe la sabana”, de una profundidad literaria admirable a pesar de su sencillez y dentro de ella encontramos otra figura: la personificación: una sabana sonriendo. Leandro fue un desgranador de figuras literarias, las supo usar, las manejó con precisión y se volvieron una delicia.
Y no asombra su facilidad para construir figuras difíciles, porque es como sombrarse con un genio por el don con que nació; él fue un genio del embellecimiento del idioma hecho verso, de la vida hecha canción, de la tristeza convertida en endecha, del amor, cifrado en la mujer imaginada o descubierta solo con escucharle la voz o tocarle la piel.
Del maestro, que nos ha dejado, se ha hablado mucho, se le ha estudiado, expertos han estudiado regularmente su obra, y lo seguirán haciendo, porque la vida de los grandes se estira en cada una de las palabras que pronunció o cantó.
El espacio limita, pero quiero parafrasear la canción que utilicé al principio: “Si se calla el cantor, calla su entorno, y el silencio nos lleva a pensar que se volvió eterno en las memorias de los pueblos en los que dejó regueros de versos”