Seguimos viendo cómo el gobierno de Colombia se asemeja cada vez más a un ‘thriller’, a una película de terror. La Casa de Nariño, aquel palacio emblemático que ha sido visitado por los más ilustres líderes del planeta, hoy se niega a recibirlos por la vergüenza que siente al asumir aquello en lo que se ha convertido. El lugar apesta tal como su presidente, tal como los que lo habitan. Su pestilencia procede de una relación matrimonial que se cae a pedazos, donde las fotos de Panamá y las historias de la primera dama revelan que sólo los une el poder, que su relación está pegada con babas. Los hijos producto de “ese negocito” no encuentran paz en ninguna parte; buscan alejarse de esa realidad, pero el mundo afuera no se queda callado y los confronta permanentemente. La gente le restriega en sus caras la verdad sobre lo que hacen sus padres, que como los delincuentes que son, viven al margen de la ley y se favorecen con el delito.
La Casa de Nariño guarda secretos asquerosos y conversaciones obscenas, allí se fraguan planes contra la institucionalidad. Nada ha cambiado en Petro desde sus épocas de guerrillero, su vida sigue siendo la de uno, la del cabecilla. Todo lo que hace está pensado, ha sido planificado delicadamente, para, a la usanza de los Castro, de Chávez y Maduro, hacerse con Colombia, volverlo su feudo personal, de miseria y pobreza. Esos son sus proyectos y cada día avanza más en esa dirección.
Las fiestas y las noches largas de sexo, drogas y licor se han convertido en el espectáculo al que asisten la guerrillerada y los alfiles de Petro. La indecencia llegó al palacio el 7 de agosto de 2022 para instalar un régimen de izquierda al mejor estilo de los que promulgan el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla. Personas como Sarabia, Benedetti, Roy, Lizcano y Prada, al ser testigos de tanta porquería, están blindados y gozan de buena salud porque, de hablar, Petro entraría en una espiral perversa sin escapatoria. Los otros, Pizarro, Bolívar y compañía, saben de esto hace años y posiblemente, la han pasado bueno también en dichos aquelarres.
Tocamos fondo, la Casa de Nariño reemplazó al Bronx y al Cartucho, sólo que allá no venden drogas, allá las regalan. El consumo es usual en el palacio y por eso no se cumplen las citas, se dejan plantados a los funcionarios, a los militares y a sus familias, a todo aquel que tenga la mala suerte de ser invitado al día siguiente de las juergas. El señorito debe dormir hasta tarde para reponerse de esas faenas que, al mejor estilo de los mafiosos de antaño, no tienen ni límites, ni escrúpulos. Mientras pasan bueno estos personajes, por no llamarlos como se merecen, bodegueros y mandaderos, nacionales y extranjeros, escriben diatribas mentirosas y amenazantes en contra de quienes defendemos la institucionalidad, en contra de quienes estamos asqueados por estos manejos de la izquierda progresista.
Estamos mamados de procesos de paz mentirosos, de amnistías que premian al hampón y que lo hacen presidente. Estos tipos merecen cárcel, no ver la luz del día, merecen ser castigados con lo que detestan hacer: trabajar. Los deberían poner a destapar cañerías en las calles colombianas, ese olor no los debe importunar ya que están acostumbrados a los suyos, que son peores. Deberían dormitar en La Modelo y en El Buen Pastor, picando piedra, lavando platos, trapeando pisos, madrugando a pagar por sus excesos, por sus irresponsabilidades, por sus delitos.
El abogado de Petro ya afirmó a los medios de comunicación que su “jefecito”, el cabecilla, no aceptará la imputación de cargos que en pocos días proferirá el Consejo Nacional Electoral. Esto no es nuevo, no sorprende. ¿Cuántas veces Petro ha desconocido medidas de autoridades que demuestran que es un hampón? Muchas, es experto en eso, en evadir a las autoridades y a la ley. Se pone por encima del ordenamiento, pisotea la Constitución, se burla de las normas. Ese es Petro, un maleante que vive sabroso.
El enemigo son Petro, sus secuaces, los que lo defienden y los que piensan como él. ¡A por ellos!
Por: Jorge Eduardo Ávila U.