El infierno es un concepto teologal, primer símbolo del miedo, que ha atemorizado a gran parte de la humanidad por mucho tiempo; inducir miedo es rentable en lo político y en lo religioso. Según Dante, en la Divina Comedia, los suplicios allí vividos son indescriptibles y nadie quisiera estar allí. Pero en Colombia no estamos lejos de esa situación, aquí la gente es desarraigada de su habitad, es asesinada y desaparecida. Los que crean que las puertas del infierno están en Venezuela, o en Cuba o en el Perú de Castillo, están equivocados, el infierno está en Colombia, el diablo vive aquí con todos sus demonios malvados y genocidas y tienen las llaves de la entrada como el Caronte de Dante.
En los últimos 20 años, 8 millones de personas han sido desalojadas de sus territorios, el mayor éxodo interno del mundo, 6.6 millones de hectáreas les arrebataron antes de partir (CMH), que tomaron los “terceros de buena fe”, financiadores de la guerra; el conflicto agrario es infernal; entre 1958 y 2018 han sido ejecutadas 262 mil personas, de las cuales el 82 % eran civiles; el Registro Único de Víctimas dice que hasta 2020 hemos tenido 9 millones de víctimas; solo en lo corrido de este gobierno unos 800 líderes sociales han sido asesinados.
Somos el país más inequitativo de Suramérica, aquí un millón de personas tiene menos tierra que una vaca y el 1 % ocupa el 81 % de la tierra, mientras que el 99% ocupa el 19% restante; no obstante estas aberraciones, nuestros campesinos producen el 70 % de los alimentos que consumimos, con todas las dificultades. Si esto no es el infierno, ¿qué es, entonces?
El infierno sigue ardiendo, nomás en los 45 días de paro, unas 80 personas fueron asesinadas, 29 mujeres violadas por fuerzas policiales, a muchos sus ojos han sacado, miles de heridos y desaparecidos; las escenas de civiles disparando al lado de los policiales es una versión del neo narco paramilitarismo fomentado por el Estado que ha guardado silencio frente al atropello.
Por otro lado, la mitad de los colombianos está por debajo de la línea de la pobreza (LP), definición sintética, pero objetivamente es, al menos, el 90 %. Aquí, quien devengue $331.680/mes no es pobre; en realidad, si alguien gana el SMM, que es casi el tripe, sigue siendo pobre, ¿cómo no lo va a ser quien apenas supere la LP? ¿Será esto un paraíso?
¡Huele a azufre! Pero no hay efectos sin causa, todo se produce en un contexto; aquí la definición de los problemas es simplista, se buscan las razones de las cosas allende las fronteras; esta es una percepción híper subjetiva de la realidad y ocurre cuando una persona y/o institución insisten en culpar a los demás de los males que se padecen; este es el síndrome de Adán, quien culpó a Eva y esta a la serpiente; tenemos la cultura de la culpa, un trastorno paranoide.
Bajo estas categorías, el fracaso de nuestros gobernantes no lo asumen, se lo achacan a otros: a Petro, a los vándalos, a la izquierda y a infiltrados, que puede haberlos, pero no son determinantes; las mayorías son simples manifestantes cansados de esperar, más no porteros del averno sino legítimos reclamantes.