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Shalom 5

Y ahora sí llega a su fin la zaga de mi periplo por Israel. Luego de recorrer el país, de estar en las fronteras con Siria, Jordania, Cisjordania, la Franja de Gaza y Egipto, de haber estado en varios lugares sagrados para diferentes culturas y religiones, de haber asistido a la conferencia para educadores organizada por el KKL y de acompañar a mis estudiantes de 10º en su viaje en 2 momentos diferentes, solo queda hacer balances y agradecer a Dios y a cada persona que permitió que esta experiencia se hiciera realidad. 

Resultó ser muy interesante para mí estar tan cerca de diferentes formas de vivir el judaísmo. En ciudades como Jerusalén tuve la oportunidad de convivir en un espacio elegido por miles de ortodoxos, de observantes. Caminé muy cerca de cientos de rabinos, de hombres dedicados a la lectura y el estudio de la Torá. Verlos caminar, en medio del calor, vestidos de negro y blanco, con sus abrigos largos, algunos más pesados que otros, haber podido estar en la Gran Sinagoga de esa ciudad, estar en un shabat allí, vivirlo tan cerca, es algo que me ha marcado la vida. Viví muchos privilegios que, como estos, compartí con Ustedes durante las 4 columnas anteriores. Sin duda hoy no soy el mismo que era antes de viajar al Medio Oriente.

La generosidad del pueblo israelí es inmensa, les doy 2 datos que soportan esta afirmación: gran parte de la energía eléctrica que se consume en la Franja de Gaza, es regalada por Israel. Aunque allí se fabrican armas artesanales que luego se usan para atacar a Israel, este país privilegia el bienestar de mujeres, ancianos y niños y les regala la luz; también Israel provee de agua a cero costo al mundo árabe, por medio de países como Jordania. 

Los kibutz, organizaciones muy particulares e interesantes que merecen ser estudiadas a fondo y que sentaron las bases del actual estado de Israel, destinan el 10 por ciento de su producción a las personas que necesitan de sus productos para sobrevivir. Esos productos son ubicados en los extremos del kibutz para que quienes los necesitan se acerquen y se los lleven. Los kibutz, tuve la oportunidad de estar, dormir y comer en varios, incluido el primero que existió, permitieron diversificar la economía naciente del país, alimentar a la población e incluso, exportar. Así, los judíos que dejaron sus casas y pertenencias en sus países de origen y viajaron a Israel para poblarlo y construir el nuevo estado, tenían la seguridad de que sus necesidades básicas estarían satisfechas; y así fue.

La gran preocupación de Israel en la actualidad es mantener la paz con sus vecinos. Un gran riesgo para lograr esta paz es el régimen chiita que gobierna en la República Islámica de Irán. El peligro radica en que dicho régimen busca el aniquilamiento de todo aquello que no sea el Islam y obviamente, Israel aparece como un enemigo directo para el cumplimiento de sus objetivos. El fundamentalismo en el mundo árabe es una gran amenaza para el pueblo judío y no en vano, muertes como la de Anwar Al Sadat son muestra de ello. Al Sadat fue el presidente de Egipto que firmó la paz con Israel, el primer país árabe que lo hizo, y por eso fue asesinado por soldados egipcios durante un desfile militar en El Cairo el 6 de octubre de 1981. Ahí le cobraron los Acuerdos de Camp David, que permitieron, durante el gobierno de Jimmy Carter, que Egipto reconociera el estado de Israel y se adelantaran negociaciones de paz con ventajas recíprocas para ambos países. Y en el entorno judío también hay facciones muy conservadoras que no comparten las negociaciones de paz con países árabes. Así pasó con Yitzhak Rabin, primer ministro israelí asesinado por un judío que estaba en desacuerdo con los Acuerdos de Oslo. Ambas partes han puesto muertos, muchos…

El pueblo judío merece la paz, la ha buscado constantemente, y está dispuesto, como lo hemos escrito antes, a ayudar a sus vecinos para que entre todos la construyan.

Mientras tanto, este lunes se cumple el primer año del gobierno Petro, con su hijo mayor cantando en la fiscalía general canciones que emocionan. ¡Vaya cambio!

Por Jorge Eduardo Ávila.

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