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Ser discípulo

“Y dijo a otro: ¡Sígueme! San Lucas 9,59.

En esta perícopa, el Evangelio nos relata un trío de encuentros. El primer personaje se acerca a Jesús con una generosa propuesta: ¡Seguirlo a donde fuera que vaya! Pero Cristo percibe una incongruencia entre esa supuesta entrega incondicional y el deseo de no experimentar ninguna molestia o incomodidad. Es por eso que el Señor declara que cualquier persona que quiera ser parte de ese selecto grupo de discípulos debe estar dispuesto a transitar por situaciones incómodas.

El tercer personaje, también deseaba incorporarse al grupo de seguidores, pero tenía una condición para su entrega: ¡Déjame que me despida primero! Cristo detectó que en su corazón podría existir vínculos no sanos con su entorno y poniendo un ejemplo de la vida cotidiana, le explicó que para seguirlo requeriría de toda su fuerza y concentración sin ceder a las distracciones ni voltearse para mirar atrás.

En el caso del segundo personaje, el único a quien Jesús llama, bien podría ser cualquiera de nosotros, simboliza a una persona común y desprevenida a quien el Señor convoca. Este no vino a ofrecerse como los otros, sino que fue expresamente llamado, lo cual nos permite inferir que en el notable grupo de discípulos no existen voluntarios, sino solamente personas escogidas y llamadas.

En el simple llamado de “sígueme”, está comprendido lo que significa ser un discípulo: Esto no significa un llamado a unirse a una religión o a dejar de pertenecer a otra, a asistir a una serie de reuniones, a adoptar una determinada forma de hablar y de vestir, a congeniar con algunos enunciados motivacionales acerca de la vida espiritual. Este llamado es una invitación a caminar en pos de Jesús, sin elegir el rumbo, la forma ni el itinerario; nuestra única decisión es la de ponernos en pie y comenzar a caminar con el Señor.

Este segundo personaje, aunque quería seguir a Jesús, pidió que le diera un tiempo, indicando el compromiso de cuidar a sus padres hasta que estos fallecieran, esa era la costumbre de la época, anteponiendo así algunos asuntos familiares y que una vez cumplidos quedaría libre para seguirlo.

Advierto que, uno de los mayores impedimentos para seguir a Cristo es definir el cuándo. Tenemos la intención de obedecer, pero pretendemos hacerlo en el momento en que sea más cómodo para nosotros. No hay nada censurable en el deseo de esta persona de cuidar de sus padres, solamente que estaba ocupando el primer lugar en su corazón, interponiéndose entre él y Cristo. En un lenguaje coloquial sería algo así: “me gusta Cristo, pero primero déjame que disfrute un poco de la vida”.

Amados amigos lectores, mi invitación de hoy es a que seamos sensibles al llamado del Señor y no interpongamos ningún obstáculo para obedecer a su invitación. El llamado a anunciar el reino de Dios es una orden de Jesús: “Por tanto, vayan y hagan discípulos míos a todas las naciones”. ¡No nos rehusemos a obedecer!

Nuestro respeto, cariño y consideración para todos aquellos laicos o religiosos, ministros del Evangelio, presbíteros y pastores que han puesto su mano en el arado y muchas veces sin tener donde recostar su cabeza, avanzan por la vida sembrando la preciosa semilla de esperanza en el corazón de nuestros compatriotas. Para ellos y para todos los discípulos, nuestro sincero reconocimiento.

El Señor está pasando por aquí, te llama a seguirle, ¿Acaso responderás a su llamado?
Oro que puedas tener la libertad de decidirte por él, ¡vale la pena seguir a Jesús! Abrazos y muchas bendiciones.

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