Los Estados socialistas sostenían el principio que la cultura es patrimonio de la humanidad. Nosotros sostenemos que debe ser un derecho primario de todos el acceso a ella.
Las creaciones espirituales nos distancian de la bestia de la cual descendemos, y nos ponen a flote sobre el resto de las especies vivientes.
Siendo la cultura una, sin embargo está capitulada entre la alta cultura, (aquella sofisticada y digerida, la de las élites), y la cultura de las masas. La primera se forjó con esfuerzo del intelecto hasta hacerla depurada y fina, al paso que la de las masas tuvo parto espontáneo, que algunos identifican como folklore, esa palabra que la introdujo el arqueólogo inglés Williams Jhon Thoms, tomada del vocablo norse folk (gente) y lore (tradición, conocimiento).
En las academias griegas, en las bibliotecas del antiguo mundo civilizado, en los templos hindúes, en los papiros egipcios, en las tablas de arcillas de Mesopotamia, en las universidades y catedrales de la Edad Media (de donde deviene la expresión cátedra), en los talleres de los monjes copistas de los monasterios ultramontanos, se acuna y difunde esa cultura de alta categoría, reflejada en las artes de la escultura, la pintura, la filosofía como disciplina del pensamiento, la arquitectura, las matemáticas, la literatura, la medicina, la música de los grandes maestros clásicos, la jurisprudencia, la ingeniería y la alquimia como precedente de la química.
Todo ese bagaje se vino y coexistió en América con la cultura de acá de nacimiento rústico y montaraz, diluida en el caramillo del labriego, en el llanto fatalista del indígena, en el canto a la libertad de los negros fugitivos, en los palenques, en los hombres de vaquería que entonaban romances criollos sobre sus potros, en los mestizos serranos recogiendo el fruto rojo de los cafetales hasta los crepúsculos murientes, en los macheteros que se fueron cantando décimas de desesperanzas en las trifulcas armadas de nuestras guerras civiles, en las mujeres que lavaban en las corrientes de los ríos, en los pescadores y bogas que domaban el lomo de las aguas cantando poesías dolorosas. De ahí nacieron las canciones vallenatas como expresión vigorosa del folclor terrígeno.
Pero lo negativo en el país vallenato (compresión de unidad geográfica y sociológica de los pueblos del norte del Cesar y la baja Guajira) es que sólo se siembra la monocultura de la música vernácula. Ni siquiera tenemos noción de que existe otro tipo de música en el mundo más allá de los últimos patios de nuestra comarca, y a las nuevas generaciones desde cuando vieron la luz al nacer, les dirigieron sus patrones mentales en esa única manifestación de cultura, a través de la radio, principalmente.
Hay una desolación bíblica para las obras de nuestros poetas, escritores, pintores, escultores, desconocidos por la masa popular, adiestrada sólo para el acordeón.
Así, salvo el caso de excepciones contadas, pocos saben que en la alta cultura hemos tenido lugar y brillo nacional, por ejemplo, con el pensamiento filosófico del atanquero Rafael Carrillo, o la profundidad intelectual del siquiatra valduparense José Francisco Socarrás Colina, o la sapiencia jurídica del villanuevero Esteban Bendeck o la obra de música en partitura de conservatorio del maestro sanjuanero Rafael Mojica.
Ojalá que los retumbos de una caja vallenata nos den un espacio para, también, escribir capítulos en la alta cultura del mundo. Ser culto es ser universal.
Por Carlos Rodolfo Ortega