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Señales del norte

La política exterior de Estados Unidos ha dado un viraje de 180 grados. Es una realidad que afecta a los Estados Unidos, al mundo entero y, por supuesto, a Latinoamérica.

Las decisiones de Trump en política exterior están lejos de la moderación que algunos esperaban una vez se sentara en la Oficina Oval. De ahí la designación de verdaderos halcones en temas de seguridad, comenzando por el General James ‘Perro Loco’ Mattis como Secretario. No es casual el ataque a una instalación militar siria, rompiendo la frágil posición diplomática frente Al Assad y enfrentando a Puttin.

Días después, Trump desvía un poderoso portaaviones hacia costas coreanas y le advierte al dictador Kim que no permitirá armas nucleares que afecten la seguridad de Estados Unidos; mientras usa la política comercial para presionar abiertamente el apoyo de China y ordena lanzar la más grande bomba no nuclear para arrasar los túneles de ISIS en Afganistán.

Trump resucitó la Doctrina Monroe –“América para los americanos”– y el Corolario Roosevelt de 1904, que la reinterpretó como la política del Gran Garrote: “Habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegarás lejos”, consigna similar –y no es casualidad– a una de las frases famosas del Secretario Mattis: “Sé educado, sé profesional, pero ten un plan para matar a todo aquel con quien te encuentres”.

¿Cómo nos afecta este viraje? La enmienda del Gran Garrote surgió a raíz del bloqueo naval de las potencias europeas a Venezuela entre 1902 y 1903, bajo la premisa de que todo aquello que sucediera en un país latinoamericano y afectara los intereses de Estados Unidos justificaría la intervención.

En diciembre de 1904, Roosevelt manifestó que “Un mal crónico, o una impotencia que resulta en el deterioro general de los lazos de una sociedad civilizada, (…), puede forzar a Estados Unidos (…) al ejercicio del poder de policía internacional en casos flagrantes de tal mal crónico o impotencia”. Más de un siglo después, Trump vuelve a ser ese “gendarme universal”; sin miramientos con dictadores que amenacen la seguridad de su país, sin complacencia con regímenes comunistas como el Socialismo Bolivariano del siglo XXI, ni con países en estado flagrante de “mal crónico o impotencia”.

Es inevitable mirar hacia Venezuela, una dictadura inspirada por Cuba; que ha conculcado libertades y violado todos los derechos, y es aliada de enemigos de Estados Unidos como Irán. Venezuela, más que dictadura es un narcoestado, que remienda la economía petrolera con el tráfico de drogas que le llegan de Colombia, en cantidades que crecieron por las exigencias de las Farc y la indolencia de Santos.

Las señales no son un juego. Más allá de sus bravuconadas, Maduro debería entenderlo, para bien de sus compatriotas y de la estabilidad latinoamericana, antes de que las soluciones le lleguen de afuera.

Por José Félix Lafaurie Rivera

@jflafaurie

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