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Sembrar un árbol, escribir un libro y tener un hijo

Muchas veces hemos escuchado esta premisa: sembrar un árbol, escribir un libro y tener un hijo; y desde luego la vemos como un objetivo importante en el quehacer de la vida. Esta frase fue escrita por José Martí, escritor, político y poeta cubano, quien cumplió en mayo 123 años de su fallecimiento.

Esa fue una de sus brillantes frases que hoy acuño a través de El Pilón para resaltar que en la vida se deben hacer estas tres cosas y luego morir tranquilo; o decir mejor que al hacerlas se puede empezar a vivir plenamente.

Al revisar el tema de hace más de un siglo, nos encontramos con algunos personajes, de hoy, que se esfuerzan de manera especial por cumplir con estos tres objetivos. Edgardo Arteaga es un personaje de este nivel. Lo conocí hace rato, teniendo en cuenta que en el Valledupar de pocos barrios, todos nos conocíamos; con él reafirme esto.

Todas las mañanas al despuntar el alba, al salir a caminar y oxigenar mis pulmones a la orilla del guatapurí veía a este señor que, con galón en mano, le hacía caso a José Martí, sembró sus árboles, y luego de dejar a sus hijas en el colegio, ya van dos elementos cumplidos; venía a regar a sus hijos naturales. Tres palos de mango que cuidaba con esmero.

Todo iba bien hasta que llegó la modernidad y los avances arquitectónicos pusieron en riesgo el trabajo de Edgardo. En el parque del helado, a futuro parque de la provincia de Carlos Vives; se iniciaron los trabajos de remodelación.

El hombre se dio cuenta que al preparar estos trabajos se ponía en peligro la vida de los arbolitos ya avanzados en altura; preocupado decidió hablar con los trabajadores de la obra para que por favor le permitieran seguir cuidándolos.

Pero un ingeniero, o arquitecto no sé; Oswaldo Gutiérrez es su nombre, información que me facilitó el mismo Arteaga, decidió truncar el trabajo que venía haciendo, de buena forma, este señor. Los arbolitos fueron arrancados uno a uno, por orden del ingeniero; con el argumento, supuesto por mí, que no se ajustaban al diseño y se secaron, en fin.

Al interpretar las tres metas, es obvio que no todos piensan de la misma forma. Edgardo pensó en la vida, sembrar esperanzas y preservar los recursos naturales, respetar las especies con las que compartimos en la vida. El señor ingeniero por su lado solo pensó en su diseño en el cual no cupo la existencia de dos arbolitos.

Árboles que darían vida a través de sus frutos y del oxígeno puro que solo ellos pueden brindar. Mientras uno pensaba de manera egoísta, el otro pensó en lo que viene; en todos los que podrían disfrutar la sombra y los frutos, eran palos de mango.

A Edgardo le falta escribir un libro, y aquí hay suficiente material para contar esta historia. Triste historia que protagonizan un malvado ingeniero que acaba con la vida; y de un amigo de la naturaleza.

“Es también la capacidad de contar la historia de nuestra vida para que pueda inspirar a otros que vienen, contando los errores, las soluciones y sirviendo de ejemplo”.

Sólo Eso.

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Eduardo Santos Ortega Vergara: