Por: Indalecio Dangond Baquero
He venido advirtiendo hace dos años sobre la necesidad de rediseñar e implementar una Política de Estado que recoja la visión de todos los actores políticos y sociales de nuestro sector agrícola y que sea funcional a los intereses estratégicos de la Nación y sobre todo, que procure despejar el interrogante de ¿cuánta y qué agricultura necesitamos? y ¿cuáles serían los instrumentos y programas más idóneos?, para alcanzar los objetivos definidos.
Mientras en la última década nuestra agricultura colombiana se ha estancado en una superficie que no supera los cuatro millones de hectáreas, Argentina transformó su agricultura con la siembra de más de 17 millones de hectáreas con cultivos genéticamente mejorados que en el último año, llegaron a representar más del 90% del área cultivada de soya, maíz y algodón. Fue tanto el impacto que tuvo la adopción de estos cultivos, que el último año les generó más de un millón de empleos nuevos y 23 mil millones de dólares en derechos de exportación.
Por otra parte vemos como se están anticipando importantes ajustes en los inventarios de maíz en el mundo con la entrada de producción de Etanol por parte de los Estados Unidos. Los analistas consideran que, aún con un incremento en la superficie sembrada, la demanda de maíz seguirá superando la oferta. Además existe una gran preocupación sobre el impacto del encarecimiento de los granos forrajeros en el sector ganadero y avícola y en el comportamiento de la demanda de los importadores asiáticos.
Las proyecciones del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA) anteponen que la producción de ellos puede llegar a 270 millones de toneladas de maíz de las cuales se destinarán 60 millones a la industria del etanol. Brasil con una cifra que supera los 42 millones de toneladas y Argentina con algo más de los 20 millones, tendrán cosechas record este año con la oportunidad de incrementar sus exportaciones al mercado asiático. En Colombia por el contario hemos incrementado, pero la importación del maíz a 3 millones de toneladas anuales, generando más de 165 mil empleos directos en los Estados Unidos cuando debiéramos estar produciéndolos aquí.
Esto es un claro ejemplo de la ausencia de una verdadera política de Estado que estimule la competitividad de este sector tan importante para la economía del país. Mientras continuemos con los bajísimos rendimientos por unidad de tierra causados muchísimo más por falta de incorporación de nuevas tecnologías y de conocimientos adecuados, que de políticas agrícolas generosas, no podremos competir con los países que aplican estas tecnologías. Mientras nosotros cosechamos 4 toneladas por hectárea de maíz, ellos producen 9 con sus semillas genéticamente modificadas.
Colombia se quedó atrás en las aprobaciones de estos cultivos y los agricultores se muestran disgustados por pagar altos precios en insumos que hacen poco rentable su negocio. En el 2007 se autorizó la ridícula prueba de 35 hectáreas de maíz en los departamentos de Córdoba y Valle del Cauca, cuando se estima una demanda de 600.000 hectáreas necesarias para sustituir importaciones y cubrir gran parte de la demanda de etanol.
En un informe emitido por el servicio Internacional para la adquisición de aplicaciones agro biotecnológicas, el año pasado 25 países del mundo sembraron algo más de 134 millones de hectáreas de cultivos genéticamente modificados de los cuales 16 corresponden a países en vías de desarrollo. En Colombia tan sólo llegamos a 20 mil hectáreas registradas.