Por: José Félix Lafaurie Rivera
Este gobierno ha configurado complejos e inconvenientes escenarios de creciente inseguridad jurídica sobre la propiedad, que ya empiezan a advertir un malestar indeseable en el país. La andanada de políticas desbordó la capacidad institucional pero, además, los mecanismos legales para la resolución de los conflictos, lucen confusos. Tanto va el agua al cántaro hasta que por fin se rompe, pues este clima enrarecido es la antesala de grandes litigios por la tierra, que pueden salir costosos para la Nación. Sin mencionar, las nuevas dinámicas de violencia que, hábilmente capitaliza el discurso demagógico y vindicativo de la izquierda.
Para tener idea de lo que puede significar, por ejemplo, la reciente cacería de los entuertos en la Altillanura, baste con la primera perla: el caso Riopaila-Brigard & Urrutia. En el diseño jurídico de ese negocio, medió una interpretación tergiversada de la Ley, según la cual “los baldíos pasan a ser propiedad privada, una vez son adjudicados a un campesino”. Con esa ligereza, crearon 27 sociedades para adquirir 40.000 hectáreas en el Vichada, cuidando no sobrepasar el máximo permitido por cada una. El asunto estaba tan premeditado, que comprometieron “socios estratégicos” de Luxemburgo y España, para blindarse de una “eventual” expropiación, pues entraría a mediar un tribunal internacional.
Pero no ha sido la única instancia desde donde se ha minado la recuperación de baldíos. MinAgricultura había resuelto el asunto en el proyecto de inversión extranjera, en el que aclaraba que la restricción –de 1 UAF por propietario– operaba para adjudicaciones posteriores a la Ley 160 de 1994, norma que estableció ese límite. Pero, cuando se borra con el codo lo que se hace con la mano, el Ministro Restrepo –con Incoder y Supernotariado– enredó la madeja. Se elevó una consulta al Consejo de Estado, que conceptuó la aplicación de la medida a partir de la Ley 135 de 1961. Aunque el concepto no obligaba, el gobierno lo adoptó a sabiendas de que no procede la “ultractividad” de la Ley.
El “tierrero” tiene al gobierno apagando incendios, para clarificar el tema y darle una salida a los empresarios. No será fácil, porque es imposible quitar la tierra a quien no la ha robado y tiene el propósito de generar riqueza en terrenos no aptos, que requieren ingentes recursos. Pero aquí estamos frente a una evidente violación de la Ley. Este panorama deja al gobierno entre 2 aguas: la del gran capital, con pretensiones de que se legalice su argucia por medio de otra ley y, la de las armas, que busca imponer una reforma agraria de minifundios de subsistencia. Lo penoso es que este país se ha manejado a empellones de los poderosos, en contra vía de quienes siempre respetamos la Ley.