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Semana santa: ¿un rito romano?

La Semana Santa es una recordación de la vida y muerte de Jesús el nazareno, con base en lo que dicen los evangelios y expresada en ritos religiosos como las procesiones, que son una manifestación pública de penitencia y fe.

A estas asisten blancos y negros, ángeles y demonios, penitentes y curiosos, derechistas e izquierdistas, reinsertados y activistas, políticos e indiferentes, ricos y pobres, creyentes y ateos; es un coctel donde unos muestran su fe verdadera y otros su disfraz.

La procesión del Ecce Homo tiene una infinita capacidad de convocatoria, a ella asisten los que se abrazaban con Simón Trinidad y los que lo hacían con Jorge 40, una operación avispa desarmada, mostrando arrepentimiento por las vidas segadas y destrucción causada; son devotos del ‘Negro’ milagroso y quizás le pidan votos para ungirse en octubre próximo.

¡Qué milagro y qué hipocresía!

La palabra procesión viene de “pro-cedere”, voz latina que significa marchar, ir hacia adelante. Muchos pueblos antiguos las hacían; los judíos realizaban las de pascua, pentecostés y las fiestas de los tabernáculos. Pero ninguno de los textos bíblicos habla de la semana santa tal como hoy la practicamos; esta comenzó a tomar cuerpo a partir del Concilio de Trento (1545-1563), asimilando muchos de los elementos de la cultura del imperio romano que mezclaba lo pagano con lo sagrado.

Es posible que la escenificación que nos presentan de la semana llamada “mayor”, no se corresponda con lo que en realidad sucedió con la vida de Jesús, un ejemplo de vida; la única información que tenemos es la que ofrecen los evangelios que, según algunas investigaciones, solo fueron escritos entre los años 70 y 120 d. C., por oídas de la tradición.

Pero nada dicen los historiadores de la época; los más cercanos fueron Suetonio (70-140 d.C), Tácito (55-120 d.C), Veleyo Patérculo (19 a. C-31 d.C), ellos romanos, y dentro de los griegos figuran Nicolás de Damasco, Don Cesio y Plutarco. Del lado de los judíos, romanizado, figura Flavio Josefo (37-94 d.C). Jesús nació bajo el periodo de César Augusto (27 a.C – 14 d.C). Flavio Josefo relata toda la dominación romana hasta Vespaciano, el hombre que ordenó la tercera destrucción del templo de Jerusalén; en su obra “Antigüedades Judías”, compendiada en 20 tomos, solo dice de Jesús, en el tomo 18: “Por aquella época apareció Jesús, atrajo a sí a muchos judíos y también a muchos gentiles.

Habiendo sido denunciado por los primados del pueblo, Pilato lo condenó al suplicio de la cruz, pero los que antes le habían amado, no le permanecieron fieles”.

Por su parte, Tácito solo se refiere a la persecución de los cristianos por parte de Nerón; dijo, sí, “que no creía que Jesús fuese el mesías, que solo era alguien normal”.

¿Por qué los historiadores de la época no escribieron, siquiera, la contraportada de la vida y obra de Jesús? ¿Qué trataron de ocultar del mensaje del nazareno? Si supieron contar los hechos de la monarquía, la república y el imperio romano comprendida entre los años 753 a.C. y 1.453 d.C., ¿por qué nos ocultaron esa etapa de la historia, tan llena de misterios?

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