Que entienda mi buen amigo Mello Castro, alcalde de esta pujante ciudad, que deseo fervientemente que salga adelante en su gestión y que se consolide como el líder político que tanta falta nos hace para continuar la ruta del progreso que hemos abierto en medio siglo; que cuando hago alguna crítica en esta columna, donde casi siempre tratamos temas parroquiales, es por su bien y nunca con el ánimo de perjudicar; no, lo hago porque quiero que continúe como va, bien, y cuando termine su administración dé un parte de victoria y emocionado le diga a su pueblo: “Cumplí lo prometido, gracias por haberme dado la oportunidad de servirles y verlos satisfechos con lo que se hizo”.
A finales del año pasado, recorriendo las calles de la ciudad, me di a la tarea de tomarle fotos a un ‘pocón’ de huecos y mandárselos por el celular al alcalde, y en forma inmediata todos fueron muy bien reparados. Me entusiasmé y me llené un poco de vanidad. Le di las gracias y lleno de optimismo le mandé otra tanda y hasta ahora, nada, silencio absoluto e indiferencia total, y ahí están los cráteres creciendo y destruyendo los carros y sacándoles la piedra a los chóferes cada vez que caen en ellos. ¿Qué pasó? No sé, será que se aburrió o molestó con mis peticiones o no volvió a ver el celular cansado de tanta jodedera de la gente. En todo caso, insistiré y se los mandaré de nuevo y nuevamente se continúe ese bonito programa de tapar huecos y dentro de 2 años no haya ni uno, al menos en el centro. ¡Cómo se lo agradeceríamos!
Ya llevamos más de 30 meses en la remodelación del centro y la novena, cruelmente angostada en más de 3 metros, programa que esta administración encontró contratado y a paso de ‘morrocón’ ahí va de la mano de la ruina de los comerciantes que ahí residen. Resolvieron abrir el tráfico de vehículos. Los semáforos fueron apagados y ahora no hay forma de prenderlos y ponerlos a funcionar por lo que transitar por el centro es peligroso, anárquico y caótico, pues los agentes de tránsito brillan por su ausencia y no ha habido forma que el secretario de Tránsito, Roberto Daza, los ponga a controlar los carros y esto esté en manos de obreros de los contratistas.
¿A qué se debe esta terquedad? ¿Por qué no lo ha hecho si es tan fácil? A mí no me hace daño, se lo hace al Valle y eso no es justo; será que tendremos que esperar que lo reemplacen porque el puesto le quedó grande. No creo, pues ha demostrado eficiencia y capacidad, será que se ha fastidiado con esta cantaleta cuando más bien debe de agradecerlo. De verdad como amigo se lo digo y además le recuerdo el reductor de velocidad de la octava antes que haya un muerto.
Caso aparte y merece otra columna, el estado deplorable de las vías terciarias en la Sierra Nevada: ¿dónde están los costosos equipos de maquinarias pesadas adquiridos por la Gobernación? ¿Qué hacen o solamente están dedicados para servirles a los poderosos hacendados de tierra plana? Acuérdense de los pobres y paupérrimos serranos, esos no son carreteables y ni siquiera ya, caminos de herradura, son vías intransitables, trochas acaba carros que son martirio para quienes tienen la osadía de transitarlas.