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Secuelas de la tragedia de Armero aún se viven en Valledupar

Las secuelas del terror de la tragedia de Armero, fueron contadas por una familia que vivió el drama en carne propia. Joaquín Ramírez/EL PILÓN

El rostro del terror aún perdura en doña Nohora Garzón, lágrimas que se asoman en sus ojos negros y redondos, delatan las secuelas de una tragedia que vivió en carne propia.
Tiene fuerzas para contar su drama, el mismo que aún recuerda como si fuera hace pocas horas, minutos o tal vez segundos; pero el tiempo no se detiene, porque hoy, 29 años después de haberse encontrado de frente con la muerte, no deja escapar detalles de una odisea, de la que asegura está viva de milagros.
Ella, su nuera y sus tres hijos escaparon del lodo asesino y turbio que emergió por la furia del Nevado del Ruiz: aquel miércoles 13 de noviembre de 1985, un pueblo agrícola y ganadero desapareció de la geografía colombiana, por culpa de la fiereza natural.
Ese día doña Nohora vivió la noche más larga de su vida; en medio de la arena vertiginosa que arropó al pueblo en cuestión de segundos, relató los momentos de angustias que acabaron con Armero, en el departamento del Tolima.
Eran las 10:15 de la noche; la mujer, su nuera y sus tres hijos dormían profundamente, sin embargo, las voces de alerta de una vecina provocó la reacción de quienes habitaban en el inmueble de material en pleno barrio San Rafael.
“A esa hora nosotros dormíamos tranquilamente, una vecina comenzó a gritar para alertarnos sobre la cantidad de tierra que caía sobre Armero, de inmediato levanté a quienes me acompañaban en ese momento, corrimos hacia una loma que quedaba a la vuelta de la casa, no tuvimos tiempo de recoger nada, solo alcancé a traerme una cobija y nada más, me fui descalza porque en medio de la angustia se me perdió una de mis chancletas, nos salvamos de puro milagro”, recordó la mujer.

Momentos de terror
Mientras la estruendosa furia del Nevado del Ruiz devoraba todo cuanto se encontraba en su camino, doña Nohora solo tenía fuerzas para orar, desconociendo la magnitud del fenómeno natural.
“Eso duró entre 15 y 20 minutos, cuando todo parecía haber terminado, mandé a mi hijo Ricardo para que cerrara la puerta de la casa, fueron momentos de angustia porque él tampoco aparecía, pero qué va…todo quedó plano”, lamentó la mujer ahora con 67 años.
Quienes no contaron con la misma suerte fueron su mamá, su hermana Elsy y seis sobrinos quienes no alcanzaron a reaccionar, fueron víctimas de la fuerza sanguinaria del lodo, la arena y la corriente del río La Lunilla, otro de los cómplices de la tragedia.
“Ellos murieron porque vivían para el centro, Francisco se salvó porque ese día le dio fiebre y durmió en mi casa, de lo contrario hubiera corrido la misma suerte”, recordó doña Nohora, mientras mira las paredes de su inmueble, en el barrio El Carmen de Valledupar, a donde llegaron después de vivir en Aguas Blancas.
Las lágrimas se vuelven a asomar, su voz se torna entrecortada y el silencio la invade; cada detalle de su tragedia se convierte en recuerdos imborrables que teje secuelas de dolor en una familia que lo perdió todo.
“Todos nos quedamos en esa loma cerca al cementerio, mientras escuchábamos voces de auxilio y dolor, la tierra traqueaba y pensábamos que se iba a repetir, cuando amaneció nos dimos cuenta de lo que había ocurrido: más de 25 mil muertos, a los tres días nos sacaron del lugar porque primero debían evacuar a los heridos, nos fuimos para Guayabal y luego para Honda con una enfermera”.

Otro drama
A miles de kilómetros de Armero, en el corregimiento de Aguas Blancas, Alfonso Ruiz, esposo de doña Nohora Garzón, solo se enteró a las 5:00 de la mañana cuando puso el radio para escuchar noticias.
“La radio decía que Armero había desaparecido, producto de la erupción del Nevado del Ruiz, de inmediato pensé en mi familia y me fui para allá, fue un viaje de angustia porque no sabía nada de ellos, pensé lo peor”, recordó el hombre, quien trabaja en la construcción de implementos de lámina.
Los recuerdos continúan intactos y las secuelas del dolor de una tragedia aún no cicatrizan; una familia vivió para contar su drama; el mismo que enlutó a miles de hogares en una población en donde todo el mundo sabía lo que iba a pasar.
Juan Carlos Ruiz, quien en aquel fatídico 13 de noviembre de 1985, tenía 15 años, recordó que “el presidente Belisario Betancourt sabía lo que iba a pasar porque expertos habían alertado sobre lo que se venía, sin embargo, los esfuerzos del Estado estuvieron enfocados en resolver la situación del Palacio de Justicia, que cinco días antes se lo habían tomado, el presidente pudo evitar que la tragedia dejara más muertos”.

Nibaldo Bustamante
nibaldo.bustamante@pilon.com.co

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