MISCELÁNEA
Por Luis Augusto González Pimienta
Al igual que el editorialista de EL PILÓN saludo con beneplácito la campaña iniciada por el centro comercial Guatapurí para salvar nuestro río y me uno a ella. Para eso, y por su vigencia, reedito un texto del pasado.
Un pariente cercano tuvo la feliz idea de hacer un paseo al río Guatapurí. Fuimos con un gozo inocultable, como siempre, porque esa corriente de agua es una insignia de nuestra vallenatía. Preparamos todo el avío que incluía alimentos, ollas, platos y cucharas de palo, sillas rimax, un atado de leña de brasil y bolsas de basura. Bien temprano nos ubicamos en un paraje previamente seleccionado dentro del parque lineal y a orillas de un pozo llano. Todo marchaba de maravillas y hacía presagiar momentos de relajamiento absoluto. Y así fue hasta cuando empezó a llenarse el lugar.
La estridencia de los equipos de sonido se apoderó del sitio y de nuestra tranquilidad. En épocas de intolerancia como la que vivimos lo mejor es ser prudente y por eso nos sometimos al ruido sin chistar. A medida que transcurría el tiempo el volumen aumentaba y la calidad de las canciones disminuía. Espantosas canciones de doble sentido salieron a relucir como muestra del “buen gusto” del disc-jockey.
Un grupo de paseantes atravesó el río con todos sus trebejos y vituallas y observamos que llevaban machetes. Al rato sentimos como cortaban algunas ramas de árboles de la otra orilla para proveerse de leña. Ni siquiera la llevaron. Les resultaba más económico devastar que comprar.
Pensé que metiéndome al pozo paliaría el malestar que ya hacía presa de mí por lo que estaba viendo y oyendo. Craso error. Todo el tiempo fui golpeado por botellas plásticas de diversos tamaños y formas, arrojadas despiadadamente por los excursionistas que se hallaban río arriba. Con mis familiares y amigos recogimos cuanto plástico pasó a nuestro lado, en un inútil intento por servir de ejemplo a los demás, que en lugar de imitarnos nos miraban de manera indulgente o sonreían socarronamente. De inmediato asocié la situación con los arroyos barranquilleros que son utilizados por algunos para deshacerse de las basuras, convirtiendo a la ciudad en una cloaca.
Afuera, los vendedores ambulantes tiraban al suelo sin asomo de vergüenza las bolsas plásticas. Igual cosa hacían los consumidores. En un rapto de inconformidad le exigí a un vendedor que recogiera un envase arrojado al piso, so pena de no pagarle lo ingerido. Accedió a regañadientes.
Arriba, los gallinazos volaban en círculos cada vez más bajos avistando la presa que ya no es la carroña sino los restos de carne y huesos de animales hechos sancocho. Supuse que la dieta de los goleros se había sofisticado, poniendo en peligro el equilibrio de la naturaleza.
Agobiados regresamos a nuestros hogares, considerando que de seguir así las cosas muy pronto nuestro querido río Guatapurí se convertirá en otro Cesar o en otro Magdalena. Estimo que, simultáneamente con la ejecución de un programa de cultura ciudadana, vale la pena que las autoridades municipales o los contratistas reinstalen las canecas de basura destruidas o robadas y que la Policía designe un grupo grande de patrulleros para rondar las orillas, obligando a los paseantes a recoger todas las sobras.
En el entretanto, es urgente que la alcaldía o el concesionario del parque lineal cierren el espacio del sendero adoquinado derrumbado por la fuerza invernal que es un peligro constante para la vida de los transeúntes. Ni siquiera está señalizado. Evítense demandas por cuantiosas indemnizaciones.