La mejor fórmula para que no muera la vida es sacar a relucir los recuerdos; unos de placer y otros de dolor, son los mismos, al fin y al cabo, los recuerdos son los que nos mantienen con vida.
Evoco años atrás, esos años que embriagan de sentimientos y afectos y que fácilmente dan salida libre a la nostalgia, al comprender que los recuerdos ya ni siquiera nos pertenecen, solo son del tiempo.
Qué grandioso es ver las familias que aún luchan por mantener su estirpe, como los Querúz, López, Palomino, Lemus, León, Lengua, Rodríguez, Rocha, Numa, Namen, Reales, Cotes y muchas más, que han conformado ese pequeño mundo de unas playas de amor y modestia que son y han sido ejemplo de grandes aconteceres de la vida regional en donde el viento sacudido por la ciénaga arroja ilusiones y esperanzas por todas partes y acaricia aún las sanas costumbres con su silbido.
Hoy recuerdo más que nunca al gran ‘Tío’, patriarca de otrora, padre de la dignidad, del respeto, de la lealtad y del progreso de un pasado que tuvo mucho que ver para que este hermoso pueblo fuera llamado la ciudad de la estera y el cazabe, como también por razones humanas fue llamada la comarca del aprecio; y lo recuerdo aún más cuando la familia de este gran hombre pierde uno de sus hijos visitado por la carrera del olvido que inexorablemente hermanado con el tiempo y la muerte, arropan hoy para siempre a Miguel Querúz Lemus, intelectual de las leyes, a quien le absorbió la investigación sobre la Chimichagua de ayer, utilizando la fuente oral de los más eruditos del pueblo…, gran lector e investigador, una de las raíces varoniles sembradas para mantener la eternidad de la familia por aquel ilustre llamado Ulises, sí, Ulises Querúz López, símbolo de la sinceridad y de la amistad. Así lo expresan unos formidables versos Vallenatos:“¡A los amigos sinceros de mi padre, como Neim Mejía y Ulises Querúz!”.
Se extingue la familia poco a poco, pero se expande también, quizás no como nosotros quisiéramos, abonada por las virtudes que aquellos imprimieron, pero guardo las esperanzas que así sea, pues las que aquellos sembraron como virtudes inmortales se conservarán intactas si sacamos a relucir nuestra casta como Miguel lo hizo, cobijándose en sus ideas conservadoras en el campo político y religioso y a sus ideas liberales como buen luchador en grandes combates por el camino para ayudar a destruir la pobreza de su tierra, su gente y sus entornos a través de la cultura.
La familia nunca morirá si esos principios básicos de nacimiento son conservados con el ejemplo, desde el primer día, como los protegió este humilde soñador, todo el tiempo, basándose en los dogmas de la honradez y el amor a su estirpe. Si se quiere sembrar vida hay que acudir a los recuerdos.
Para que la familia perdure en el tiempo hay que atrapar las virtudes congénitas de tal forma que se vuelvan del alma prisioneras. Viva Miguel Queruz, Dios le protegerá a él, a su familia y a su tierra Chimichaguera, la que bebió del agua del Higuerón, la tierra de la ceiba del puerto que fue testigo de la niñez de Camilo Namen y también de la de Miguel, que hoy le ha servido para descansar en paz.
Con profundo sentimiento proseguiré cantando hasta que Dios me lo permita, aquel verso que ideó uno de los hijos querido de esta tierra de gente noble, que entre otros dice:
Y mis abuelos quedaron allá,
Y mis amigos que ya se me han muerto,
Recuerdos de mi pueblo me causan sentimiento,
Y el alma por dentro se me pone a llorar.
Lo que más me duele de todo esto, como dije atrás, es que los recuerdos, ni siquiera son nuestros, son del tiempo, pero es el único pasaporte que tenemos para visitar al pasado. Al final solo somos los recuerdos que vivimos.
¡Bendita sea la familia Queruz! ¡Bendita sea Chimichagua!