En verdad no sé por dónde empezar, pues estas líneas no son programadas, son parte de una erupción o estallido social en el sentimiento vallenato por la partida de Fredy Pumarejo Valle; que, si por voluntad divina pudiera leer este escrito, seguramente asentaría que me refiriera a él por la expresión afectiva de ‘Yoyo’.
Era de los pocos vallenatos criollos que quedan; era un ser humano para el cual nunca existió distinción de clases sociales en el plano cotidiano o en el rol de médico (como debe ser) y con sus amigos era la exquisitez de Carreño.
Su distinción entre compañeros de colegio y en el entorno de su crecimiento fue un hecho notorio; siempre fue aquella persona desprendida de las cosas materiales que para el común de las personas es objeto de ambición, gozó de una memoria para reconocer a los que tuvieron protagonismo en lo más mínimo en los paisajes de su vida, de ahí la admiración de todos.
Yoyo fue ese amigo que en cualquier escenario era imán de atracción, al que acudían sus coterráneos a saludarlo y como compensación no se hacía esperar la sonrisa que brotaba en reacción natural a su interlocutor y llamarlo por su nombre o como de colegio y vida lo distinguían a uno.
Esa condición de ser se hidrató de dos venas sociales humanísticas como lo han sido los Pumarejo, y para esa conclusión no se necesita de ninguna elucubración exhaustiva, solo es suficiente analizar las canciones de Tobías Enrique Pumarejo, su recordado hermano don Tito, el cariño de Doña Gloria, María Teresa, Joaquín y qué decir de su padre Fredy, quien fue un referente en nuestra sociedad de cómo debe ser el trato con el semejante de a pie, entre otros familiares, como lo fue el médico Hermes Pumarejo, inclusive.
Por el lado materno el cariño a raudal hacia el prójimo puede ser igual o de mayor caudal; en él encontramos al maestro Rafael Valle Meza (uno de los primeros médicos en la Nación Vallenata), su hijo Rafael Valle Oñate, quien honrando a su progenitor y por reconocimiento del gremio médico reumatólogo, se creó el premio latinoamericano de medicina “Rafael Valle Meza”, de su abuela Ola Riaño, a quien tuve el agrado de conocerla y era un manjar de ciudadana, su tía Olga Valle de la cual destila cariño, sencillez y sonrisa y de su señora madre Josefina, la cual tiene la fortuna de distinguir a cualquier vallenato a kilómetros y si es del Viejo Valledupar no escatima elogios a la familia ascendente del par que tenga en frente.
Yoyo, fuiste del viejo Valledupar por los sentimientos a tus conciudadanos, ese sentimiento que el tiempo se empecina en arrebatarnos, pero en los pocos que todavía quedamos te llevaremos en el corazón y como legado te recordarán nuestros hijos y nietos.
María Doris Villazón Castro, esposa de nuestro Yoyo, que Dios te dé fortaleza al igual que a tus hijos; eres abanderada en nuestra sociedad y tu labor titánica en el forjamiento de los educandos en Valledupar, te ayudará en la aceptación de los designios de Dios.
Se fue uno de los grandes vallenatos. La paz la lleva y brillará en él la luz perpetua.
Carlos Alberto Araméndiz Tatis