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Se fue un grande

Sí, se fue un grande, falleció Toño Murgas, nos dejó y su familia y amigos masivamente con el corazón y el alma destrozados lo despedimos con inmensa tristeza. A pesar de haber gozado, como muy pocos, de las mieles del poder, se nos fue como siempre fue: lleno de humildad y repleto de satisfacciones que como premios recibió y ostentaba con gran orgullo; ese era José Antonio, un ser excepcional que nutría y alimentaba muy bien su cuerpo, su alma y su intelecto: era tragón, casi que perecío que gozaba comiendo y en su época de ministro de Trabajo y gobernador, cómo lo complacían enviándole a sus casas la de su mamá y la de su prima Rosa Dolores, ricas viandas, especialmente unas grandes sardinatas o doradas, que le encantaban y conejos guisados, que “Perfe” o “La Bella”, como le decíamos sus hijos y nietos a Doña Perfecta. 

Cuando yo llegaba a su casa, casi a diario, me decía: Chema, así me llamaba, ahí están esos desayunos y José Antonio salió madrugao a desayunar a San Diego donde su compadre El Facho, unos bollos de mazorcas biches cultivadas en su patio acompañados por un exquisito queso y suero especial que le hicieron sus compadres El Conde y el Beno y de ahí regresa a La Paz a almorzar donde Fita Aroca y su hija Edda Rosa un sancochón de gallina criolla, después arranca para El Caño a revisar el cultivo de algodón y de pronto llega hasta Casacará y fijo que duerme en Codazzi y por aquí aparece mañana y no hay quien se coma esos pescaos y conejos, así que llévate dos. 

Así era, no le alcanzaba el tiempo para satisfacer a sus amigos “grandotes”, pero se deleitaba con sus compadres, que según él eran más de 500.

Su alma la alimentaba con una férrea creencia en Dios y sirviéndole a la gente, al prójimo, sin distinción de ninguna naturaleza tal como lo mandan los mandamientos del Señor, era una réplica de mi papá, su tío predilecto y consejero, gozaba con ello y decía que eso le alargaba la vida placenteramente, ya que los bienes materiales para ellos no tenían valor y lo regalaban a manos llenas, por eso murieron pobres, pero ricos en servicios y amor a sus congéneres y con seguridad por ese comportamiento hoy gozan estando al lado de Dios.

Así alimentaba el cuerpo y el alma Toño Murgas, pero falta el intelecto, al cual le metía libros y más libros, pues era un lector voraz que lo que leía lo grababa y aprendía, diferente a mí que leo y no aprendo na; con su compadre y cuñado Rodrigo López las charlas literarias y filosóficas eran interminables y Borges, un tal Jiménez, Valencia, Kant, la Mistral y Neruda eran desmenuzados con sapiencia y deleite e igual cosa sucedía con su hermano Luciano, daba gusto oír a esos dos pozos de sabiduría y gran cultura discutir y analizar a Gabo y a Cervantes. 

Su último deseo cuando Luciano en una de sus últimas charlas le preguntó qué le gustaría llevar como epitafio en su tumba, le dijo: Lucía, en la tumba de Emmanuel Kant en Alemania hay uno que dice: “El Cielo estrellado encima de mí, la Ley moral dentro de mí, son pruebas para mí, que hay un Dios por encima de mí y un Dios dentro de mí”, que ese sea mi epitafio y así será.

Se nos fue Toño Murgas, se nos fue un grande, el gestor y padre del Cesar, el gran tribuno, brillante abogado, el exministro, y rector inolvidable de la UPC, pero por encima de todas esas dignidades, se nos fue el gran hombre, el bueno, el desinteresado, el jovial, el ejemplar ciudadano e inigualable familiar y vamos a ver, si ahora pego y la gobernadora Elvia Milena, a quien oí en su discurso decir que ella y su familia lo querían mucho, le rinde un homenaje póstumo, pues antes en vida no fue posible y su busto se levante al lado de Pedro Castro, López Michelsen y Galán en la Plazuela de la Gobernación. Ojalá que así sea.

José Manuel Aponte Martínez

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