Con motivo de la conmemoración de su nacimiento he escrito para los lectores del Suplemento Cultural de El Pilón un artículo que intenta recordar su paso como alumno de primeras letras por el colegio Caldas del barrio Primero de Mayo. Pretendo, asimismo, dar una mirada a algunos elementos de su obra poética relacionados con los sufrimientos de su vida.
Conocí a Luis Enrique en el período de matrículas de 1965 el cual coincidía con los carnavales de Valledupar. Ese día apareció su papá Mizar, lleno de urgencias y amorenado por el sol canicular de sus faenas. Venía acompañado de su mujer y los primeros cuatro hijos del matrimonio. De mayor a menor, Lucho era el tercero. Era crespo, delgado, de mirada dulce e inquieta.
Como sus hermanos, traía los útiles de colegio que le acababan de comprar en una mochila de tela fuerte como la usada por los recolectores de algodón en las fincas de la región. Un breve paréntesis: al iniciar este trozo de mis recuerdos debo admitir que en ese tiempo yo carecía -y todavía carezco- del conocimiento que se requiere para vislumbrar de entrada el futuro de mis alumnos.
Pese a mis esfuerzos por conseguirlos, ningún profeta se ha arriesgado todavía a cederme sus aparatos de predicción. En aquellos tiernos años del colegio Caldas mi mirada y mis ardores de maestro joven se dirigían a enredar en las nubes las colas de algunas cometas caprichosas; pero también me mostraban que, en el pequeño mundo de esas niñas y niños, los colores abigarrados que aireaba en su penacho el indio de la “i” eran más atractivos que la tristeza violada de su rostro.
En los albores de futuro que eran las clases iniciábamos ellos y yo una tosca e ingenua lectura más allá de palabras, dibujos y colores. Poco a poco una atmósfera de camaradería iba logrando comentarios y opiniones. Luis Enrique, parco y huidizo al principio, iba soltando su versión de las lecturas y metalecturas que abordábamos.
Sin embargo, no participaba abiertamente en los juegos y, mientras la mayoría se entregaba en los recreos a las canicas, la coca, los escondidos y el trompo, él seguía mirando y leyendo la cartilla o haciendo las tareas del día siguiente. Ni hablar de ejercicios físicos o de jugar al fútbol: en eso era un flojo.
A tan corta edad se mostraba como un estudiante persistente si se trataba de resolver problemas de aritmética. Callado abocaba cada caso y, ahí sí, defendía, sin gritos, pero con suave firmeza, su idea de una solución particular. Tal vez la sonrisa blanca que caracterizó su bonhomía de adulto empezó a formar parte de su fisonomía en aquellos lejanos años de su infancia.
Los salmos y la súplica en la poesía de Mizar
Leer los poemas de sus cinco libros es un maravilloso ejercicio intelectual que trasciende la razón estética. Algunos pocos ejemplos tomados de su obra más reciente dan cuenta de que la voluntad y los arrebatos mizarianos van más allá de las cosas de este mundo. Su poética lo sitúa en un espacio paralelo sometido a unas leyes que él se ha inventado. Emula con Dios en su papel de hacedor. Le da consejos envueltos en súplicas y rogativas cuyo centro es su dolor. Sus psalmos, empero, no intentan llegar al canto colectivo: son su invento personal para su propia súplica, pero no pretende arreglar el mundo, no hace demagogia. Sus psalmos no son sagrados, no son los cantos del poder; por eso son apócrifos. No hay duda de que el Mizar adulto es el psalmista del dolor, su dolor.
En su canto no hay alabanzas: abundan los vituperios y asoman de pronto los resentimientos. Sin embargo, en el Psalmo de la llaga, se atreve a pintar con ácida ironía uno de los comportamientos usuales de un tipo de sociedad que podría abrir su corazón y su faltriquera ante el espectáculo morboso de la miseria. Sus planes y expectativas (obtener una mirada social solidaria y generosa que haga sonar su pote y que, por extensión, les devuelva la esperanza a millones de desprotegidos portadores como él de llagas producidas por la incuria institucional) son el verdadero motivo de una súplica que sigue siendo totalmente suya. Por desgracia, esos no son los objetivos que persigue el peligroso y poderoso dios dinero. El poeta sabe que la plata tiene un sonido especial inigualable, abre puertas, diseña virtudes, baja cervices, crea sonrisas e, incluso, reparte cielos y miseria por doquier. Por su lado, los gusanos del psalmo simbolizan una parte importante del espectro político y social. No le pide a Dios que le cierre la úlcera que devora su futuro, sino que lo provea de unos gusanos eficientes que hagan patente y llamativa su mal físico y moral. Es decir, que use su providencia para exacerbar una miseria tan grande que, en el Psalmo de la cuerda, desesperado, pide a Dios permiso para quitarse la vida. Por último, el Psalmo de la llaga sugiere también una ética muy solicitada y bendecida en estos tiempos: la del resultado sin importar los medios.
Dios para Luis Mizar
Selecciono de entre sus afirmaciones sobre Dios algunas que comentaré en este aparte
*Dios es un banco omnisciente de piedad y por eso se apiada de los sufrimientos de todas sus criaturas, pero no de èl ni de los toros que mueren asesinados en una corraleja. A pesar de su poder de ubicuidad, los ojos de Dios se cierran ante el mal de “cornamenta brava” del poeta y la sangre inocente de los toros de la fiesta.
*Dios es un tramposo. Mizar le dice: Una vez más he sido víctima de tus trampas.
*Dios vive aburrido en su eternidad. Le dice: Señor, tu paraíso y tus pensamientos me producen náuseas. Dice también: La playa es ese patio del mar, creado por Dos para broncear su soledad.
*Dios es un ignorante de las cosas temporales: no tiene ni idea de los sufrimientos de la gente. Parece no saber cuánto duelen las almorranas.
*Dios comprende, pero también castiga. Lo dice en esta frase: entre la inocencia vegetal y la perversidad animal alojadas en nuestro ser, oscila Dios como un péndulo comprensivo y castigador. Él es el asa dorada y benevolente que agarramos para librarnos de los oscuros abismos que nos acechan.
*A Dios lo invocamos sobre todo cuando estamos de malas. Es entonces cuando un ruidoso “de profundis” se eleva desde todos los puntos de la redondez de este planeta, pero no sabemos si llega a ser un clamor universal que incluya a todas las galaxias y a todas las estrellas. En todo caso sí parece que el olor del incienso no alcanza a borrar ante la todopoderosa nariz divina el tufo a falsedad de las confesiones y promesas que hacemos los humanos en momentos de terror.
Luis Mizar quien fue considerado por el Ministerio de Cultura como uno de los cinco poetas más reconocidos a nivel nacional, dejó un legado cultural que abrazan las riquezas de la literatura.
Por Luis Antonio Mendoza V