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Se hace camino al andar

Se descubren tantas cosas en el camino, que la vejez se termina convirtiendo en un ciclo indefenso de la vida con poco o nada de tiempo para volver a comenzar. Transmitir mensajes constructivos siempre ha sido mi afán, entendiendo siempre que cuando las cosas llegan a su punto final, poco puede hacerse por ellas.

No hay un solo día que no escuchemos una queja con respecto a la situación del país, de la decadencia de las instituciones públicas o del uso y el abuso que hacen contadas personas con lo que creemos nos corresponde por derecho propio. Ya estoy por creer que la expresión humana se hizo para la queja, qué peligroso ¿cierto?

Lo cierto es que andando he comprendido que no podemos hablar por hablar sin aportar una solución, eso sería convertirnos en lo que especialmente criticamos, y en mi afán de transmitir un mensaje completamente distinto al que esparce el cotidiano lenguaje quejumbroso y poco positivo, me he propuesto analizar los principales inconvenientes que castigan el éxito y el buen nombre de las entidades bien sean públicas o privadas. Les confieso que descarté de entrada la posibilidad de hojear libros o escritos al respecto, entendí que con solo cerrar los ojos y repasar mis propias impresiones era suficiente. También les confieso que mi método fue una mezcla extraña y hasta exótica de recuerdos, pero que finalmente logró su cometido.

En mi análisis pude concluir que la inoperatividad de las instituciones en la gran mayoría de casos encuentra su origen en el actuar de sus empleados y no en su razón de ser misma. Tenemos instituciones con valiosas misiones, simplemente falta entender que si sus objetivos se trabajan en la realidad con rectitud y profesionalismo, seriamos todos los mayores beneficiados. A pesar de ello, en esos lugares nos encontramos con funcionarios que no cumplen con el perfil adecuado para ciertos cargos y lo peor de la situación, carecen de ánimo para aprender y sacar adelante un proyecto. Nos encontramos con personas que poco saben de amabilidad y utilizan un lenguaje grotesco para tratar a todo aquel que intenta recibir un servicio. También encontraremos a aquellos que sus problemas personales los llevan a terrenos laborales y convierten su lugar de trabajo en el rifirrafe de sus emociones, y a los que sus años de servicio lo sumergen en la nube del “todo lo sé y no hay nada más que aprender” y terminan transformando la experiencia en un capítulo cerrado de incompetencia. La lista se queda corta, pero la idea es entender que la primera entre las muchas reglas para que una entidad funcione, es la selectiva y rigurosa escogencia de su personal.

En un entorno que responde a favores políticos para generar empleo, se ha caído en el error injustificado e injustificable de postergar la deuda con las nuevas generaciones. No se ha entendido que para crear es necesario transformar, y nuestro caso en particular es un ejemplo de ello. En las entidades de esta ciudad se necesita gente fresca, educada, disciplinada, imaginativa, preparada y bien informada. Necesitamos en esos lugares una combinación de la creatividad e innovación del joven, con la sabia y valiosa experiencia de los años, pero que esa experiencia sea una valor agregado y no una imposición terca y poco transformadora.

Lo nuestro debe tener dolientes, líderes que estén convencidos que esta ciudad necesita un cambio en su manera de concebirla.

Mi primera invitación es a eliminar la equivocada creencia de que aquellos foráneos con expresión rígida, lenguaje adornado y trato de usted, son los únicos capaces de transformar y generar un bienestar a lo nuestro, cuando muchos profesionales de esta región se encuentran mejor preparados y son capaces de eso y más. Que no quepa la menor duda que cuando valoramos nuestro talento, le abrimos las puertas al deseo de superación y al sentido de pertenencia. Así se hace camino, y se hace camino al andar.

Por Daniela Pumarejo Medina

 

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