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Se agita el mundo árabe

Por: Imelda Daza Cotes

Un joven tunecino, de 14 años, vendedor callejero de frutas y verduras, agobiado por la pobreza e impotente ante una policía represiva que le tiró al piso sus productos, optó por prenderse fuego y murió días después. El hecho se constituyó en la llama que encendió una protesta que no para. Se inició en Túnez, pasó a Egipto, siguió a Jordania, Arabia Saudita y ya alcanzó a Yemen. El mundo árabe se agita y capta la atención universal. Por ahora abundan las especulaciones y cada medio registra la noticia y opina según sus deseos o según sus intereses. Que detrás de todo están los islamistas afanados por extender su poderío y su religión, dicen unos. Que se trata de una revuelta más,  ya se han dado otras similares sin trascendencia. Que la oposición es débil y se cansará. Pero los rebeldes dicen otra cosa en sus pancartas y en sus consignas: Que la lucha es por la democracia, por las libertades, contra la opresión y los regímenes autocráticos de la región  y por el derecho a una vida mejor.  Parece que es a ellos a quienes hay que creerles.
Europa se nota expectante, no ha asimilado el fenómeno,  aún no reacciona, pero es notoria la inquietud que genera todo lo que está pasando ahí en la vecindad, frente al Mediterráneo.  Los medios de comunicación comentan lo superfluo y enfatizan en los saqueos de los saboteadores que buscan sembrar el caos y desvirtuar la protesta, pero no dicen mucho sobre las causas que animan la rebelión. La Unión Europea y EEUU mantenían las mejores relaciones con todos estos países árabes y los mostraban como paradigmas de modernidad, moderación y laicismo. Nunca se escucharon censuras a tanta autocracia, nadie hablaba en este continente europeo de las dictaduras en el mundo árabe. Aquí se habla de las dictaduras socialistas, pero jamás de las capitalistas.  Es evidente la falta de ética en las relaciones internacionales. Ahora con la rebelión generalizada es que se empiezan a conocer los problemas comunes al mundo árabe: el nepotismo, la corrupción extrema, el creciente desempleo, las enormes desigualdades  sociales, la miseria extendida en medio de la opulencia de grupos ligados al poder, y una juventud frustrada por la falta de oportunidades, todo en un ambiente en el que se niegan  derechos fundamentales.
En Túnez gobernaba desde hacía 23 años un clan nepótico, con Ben Alí a la cabeza de un régimen opresor y corrupto que aplicó al pie de la letra todo el catecismo neoliberal y condenó a la pobreza a la mayoría de los 10 millones de habitantes. Se dice que en Túnez “está prohibido ser honrado”. Más que una revolución de inspiración ideológica, lo que los tunecinos pretenden es ajustar cuentas con el tirano; reclaman el derecho a ser actores de la vida política y mejorar las condiciones de vida de la población.
En Egipto, Hosni Mubarak (de 81 años), con su Partido Nacional Democrático se impuso desde 1981y ha gobernado siempre bajo el estado de emergencia. Es uno de los países que recibe más ayuda militar de EEUU. La mitad de los 80 millones de habitantes son muy pobres, el desempleo es del 18%, la corrupción es enorme y en calidad de vida el país ocupa el puesto 135 entre 194. La oposición exige: el retiro de Mubarak,  un gobierno de transición, la disolución del parlamento, la convocatoria a elecciones con veedores imparciales y la liberación de los presos políticos. Las protestas en El Cairo no cesan. La oposición desafía el toque de queda,  sigue en las calles y no se rinde a pesar de la dura represión y de las víctimas  mortales. A la hora de escribir esta nota, Mubarak, apoyado en los militares, bloqueó las comunicaciones con el exterior; a la cadena Al Yazira y a Telesur les prohibieron emitir, y los permisos a todos los corresponsales de todos los medios fueron retirados.
En Jordania, el país amigo de Israel, con 7.5 millones de habitantes, las protestas llevan ya 3 semanas. Allí hay una monarquía constitucional, y la oposición, representada por los partidos islámicos, los sindicatos y la sociedad civil exigen al rey Abdalá II la destitución de Rifai y urgentes  reformas económicas y políticas.
En Arabia Saudita hay una monarquía islámica. El pueblo se rebela agobiado por las calamidades domésticas; buena parte de los 29 millones de habitantes reclaman mayor atención a problemas crónicos asociados a la pobreza. En Yeda las marchas se suceden a diario.
En Siria se están convocando marchas masivas para los primeros días de febrero, y en Marruecos se dice que el gobierno debe poner sus barbas en remojo.
En Yemen gobierna Alí Abdalá Saleh desde 1978. La mitad de los 23 millones de habitantes vive por debajo de la línea de pobreza y un tercio sufre hambre crónica. Los yemeníes llevan varias semanas protestando en la capital Saná. Exigen cambio del régimen, mejoras en sus condiciones de vida, solución a la grave corrupción,  fin del nepotismo, oportunidades de empleo, suficiencia alimentaria y justicia.
La situación en el mundo árabe es de gran expectativa y muy delicada. Es aventurado hacer predicciones sobre el desenvolvimiento de esta ola de protestas. En realidad no se trata de una revolución de riguroso corte  ideológico, sino más bien una revuelta guiada por una agenda de carácter político y económico, bastante pragmática y sobre todo inaplazable.

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