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Santo Ecce Homo, el vallenato

La tarde en su marcha caía aquel día con su sombra sobre la mole señorial, hora en la que abandonaba la luz, apoderándose de ella, el silencio que invadía el interior del recién construido convento de Santo Domingo de Valledupar, obra de los padres dominicos, cuando el indigente apareció de un momento a otro merodeando las afueras del templo.

Se acercó al conserje para pedirle que le permitiera dormir esa noche en su interior. El cancerbero abrió su puerta y el pordiosero cruzó su quicio, y la batió con fuerza para cerrarla y quedarse solo, acomodándose en uno de los tinglados del apenas pañetado recinto. 

Al día siguiente el sacristán quiso ver al extraño, pero –inexplicablemente- había desaparecido, a cambio, tropezó con una estatua sin explicarse su aparición. Avisó al Prior que – consternado- corrió a constatarlo. 

Todos los años los vallenatos salen de manera masiva a la procesión de Santo Ecce Homo.

¿QUIÉN ERA? 

Se trataba de una masculina efigie de piel morena, estatura media normal, pelo en gajos, barba hirsuta, porte atlético y ligeramente vestido. Aparecía con su cuello y brazos sujetado a una columna por una cuerda y a sus pies un escrito: “Ecce Homo”. 

El Prior ordenó agitar campanas y el pueblo respondió congregándose en oración alrededor de la figura. Pronto se sabría lo que significaban esas letras en latín, porque no tardó Francisco Navarro y Acevedo, como primer obispo en traducirla: “Este es el hombre” o “He aquí el hombre”. 

Ahora se sabe que la silueta es la representación de la escena en que Pilatos muestra a la multitud hostil a Jesús flagelado, réplica de una efigie en madera que data de mil seiscientos en Bembibre, ciudad española.

La talla aparecida se convirtió, sin demora, en patrono insustituible de los habitantes de la ciudad de Valledupar, que, a su manera, cada Lunes Santo, sea cual fuere la fecha que se signe en el calendario, lo recuerdan, lo veneran, lo alaban y celebran cuando pasa por las calles en multitudinaria marcha. 

LOS MITOS Y MISTERIOS

Los feligreses están convencidos que la imagen suda como cualquier viviente, tose cuando se resfría, se pone pesado al disgustarse, aumenta de estatura cuando no quiere salir del templo. Nadie lo ha visto pero, son muy pocos los que dudan que todo eso sea cierto.

Por tradición, sigue recorriendo las primeras y pocas calles de viejas casas del Valledupar que empezaba, y se rememora cierta vez cuando una madrugada de jueves santo el techo del temple se vino a tierra, y al día siguiente, viernes sus ojos se untaron de sangre. ¡Es cuento de viejos!

A su procesión van los vallenatos preferencialmente vestidos de blanco, saco y corbata o con bordadas guayaberas y zapatos negros. Las mujeres lo mismo, oscuro o gris combinados, portando en sus manos un grueso de velas encendidas, sin importarles que al derretirse salpiquen sus sedas o quemen sus dedos porque es parte de su ofrenda en el rito de la fe.

Un silencio de sepulcro lo acompaña, mientras a la par un montón de hombres, solo hombres, vestidos con túnicas moradas, venidos en su mayoría de Valencia de Jesús, desde tempranas horas van a su lado. Son los Nazarenos que lo cuidan dispuestos a darlo todo en pro del santo, quienes solo dejan ver sus ojos a través de los pequeños orificios de sus casullas.

Es la oportunidad que tienen los creyentes para saldar sus cuentas con el santo. Esas “mandas” o milagros que suelen ser retribuidos con sacrificios personales, como acompañarlo de rodillas en su desfile, ya que saben que el Ecce Homo no da espera ni confiere plazos frente a sus compromisos espirituales.

TAMBIÉN PARA LOS GUAJIROS

Según Gonzalo Mejía, quien se precia de conocer al santo, como si se tratara de la palma de sus manos, los guajiros han acogido al Ecce Homo por ser como ellos, vengativo, y lo han asumido como protector de su grupo conocido con el apelativo de “el cartel de la María Farina”, grupo de contrabandistas minoritarios sin recursos para sobornar.

En el recorrido una nube de incienso invade la calle penetrando los pulmones; algunos creyentes aspiran su vapor como una convicción de profunda e imperturbable religiosidad. Sobrada razón tuvo Chema Gómez quien atribuyó a Chipuco: “… No creo en Santos (Eduardo) no creo en López (Pumarejo) ni en Pedro Castro. No creo en cuentos, no creo en na´, solamente en Santo Ecce Homo y nada má…” (versión recogida por el humanista Enrique Pérez Arbeláez).

La música que acompaña al séquito es siempre de banda con acordes tristes, cansados, siendo escogida como forma para perseverar en la fe y unificarla con el pensamiento. No se escuchan ruidos solo se siente la fricción de los pies sobre el pavimento.

El santo viaja sobre su pesada base de maderos pulpos. Los feligreses lo miran con fijeza, unos con asombro y otros con encanto, todos con su carga de misterio. Mujeres del pueblo avanzan sobre las aceras llevando múcuras con agua sobre su cabeza, hechas por alfareros en el pueblo de Guacoche, dispuestas para calmar la sed de los andantes. 

Son seguidoras y promeseras del santo con piel de negro y semblante de blanco. 

La leyenda del miserable de quien nunca se supo más resulta ser otra.    

Tres imágenes iguales llegaron juntas, me contaba un guía histórico de Mompox: una quedo en la Isla, la segunda en la Villa de San Benito y la tercera y última en Valledupar, respetadas y milagrosas las tres. Ninguna con el prestigio de: “Santo Ecce Homo el del Valle”. Donada la trilogía, por los nobiliarios momposinos: Fernando Mier y Guerra y Juan Bautista Mier de La Torre, marqueses de Santa Coa y Valdehoyos, respectivamente. Época en la cual también dotaron a Valledupar de su cementerio ancestral con paredes en adobe y losas en bruto. 

Una encarnación símil y mítica de Santo Ecce Homo en la narrativa oral y literaria seria Francisco “el hombre”. Que Santo Ecce Homo guarde y proteja a los Marqueses; o que los marqueses protejan y guarden al Santo Ecce Homo.

POR CIRO A. QUIROZ OTERO/ESPECIAL EL PILÓN

Categories: Crónica
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