“Él sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas” (Salmos 147,3)
Nuestros vacíos y heridas son una fuente de vergüenza para la mayoría de nosotros. Nuestras equivocaciones y la cultura se unen para mantenernos en esclavitud y desolación impidiendo la sanidad de nuestras heridas. Los yerros son esa parte interior pertinaz que quiere ser independiente. Es esa parte de nosotros firmemente comprometida a vivir de tal manera que no tengamos que depender de alguien, especialmente de Dios. La cultura es esa otra parte que nos enseña a ser solitarios y no necesitar de alguien para algo. Esto hace que nunca nos detengamos a pedir instrucciones o ayuda y cuando lo hacemos nos sentimos en desventaja o inadecuados.
Muchos viven con una confusión en cuanto al cristianismo; lo miran como una segunda posibilidad para ordenar sus vidas y creen que la tarea solo consiste en cumplir el programa, intentando correr la maratón de la vida con una pierna rota. Creo firmemente que la verdadera esencia para la sanidad de las heridas nos la transmite Dios por medio de nuestra unión con él. Las personas sanas, no se avergüenzan de admitir su dependencia de Dios. Somos conscientes de las luchas y reconocemos que no somos aquello para lo que fuimos hechos y por eso sentimos nuestros quebrantamientos como una fuente de vergüenza. ¡No es una vergüenza que necesitemos sanidad y que busquemos fortaleza en alguien más!
Las heridas son como corchos en una botella, por más que queramos hundirlas y enterrarlas, emergen y salen a la superficie. Debemos armarnos de valor y enfrentarlas sin aferrarnos a una defensa super elaborada que no permita el ingreso a nuestro corazón herido; cerrar y trancar por dentro. Muchas veces no tenemos idea de cuál es la herida o la reacción falsa que ha surgido como mecanismo defensivo. ¡Dichosa ignorancia! Casi siempre una herida que no se siente es una herida sin sanar.
La señal de una herida podría ser la ira que sentimos, o el rechazo que hemos experimentado; el fracaso o la pérdida del sentimiento de valoración y destino. Desafortunadamente, con Dios no hay fórmulas. El modo en que él cura nuestras heridas es un proceso profundamente personal. Para algunos ocurre por la intervención directa de Dios cambiando las circunstancias, para otros ocurre con el tiempo y la ayuda de otra persona. En ocasiones, las heridas son tan profundas que solo puede sanarnos la intervención de alguien más ante quien podamos llevar nuestro dolor.
La restauración y sanidad comienza cuando nos rendimos, cuando cedemos nuestra vida ante aquel que es nuestra vida e invitamos a Jesús al interior de la herida, le pedimos que entre y nos encuentre allí, con el fin de recorrer con él los lugares heridos y no sanados de nuestro corazón. El profeta Isaías comunicó que el Mesías vendría a vendar a los quebrantados, liberar a los cautivos y rescatar a los prisioneros. Confiando en ese mensaje, podemos pedirle a Jesús que sane todos los lugares quebrantados en nuestro interior y que restaure nuestro corazón trayendo integridad y salud. ¡Que Dios sane toda herida y nos libre de toda esclavitud y cautiverio!
Mi invitación es que permitamos con sencillez que Jesús se acerque y nos ame, dejemos que nuestros corazones lleguen a casa con él y permanezcan en su amor. Morar en el amor de Dios es nuestra única esperanza para recibir sanidad, es el único hogar verdadero para nuestros corazones afligidos. ¡Busquemos a Dios y pidamos ayuda! La sanidad es un derecho de los hijos del Reino.
Abrazos y bendiciones del Señor.
POR: VALERÍO MEJÍA.