Ha sido tan penetrante el significado que le hemos querido conceder a la palabra modernidad que no obstante situarse ella culturalmente antes de la época contemporánea, avasalla a esta, la supera, se le impone, de tan fuerte manera que la sobrevive; así, casi nunca decimos época contemporánea, sino época moderna, como si esta fuese comprensiva hasta la actualidad.
Sea como se quiera, dicha cultura en el sentido de ser un pensamiento dominante durante el siglo XIX – – especialmente durante la segunda mitad de este siglo, – reduccionista de la naturaleza humana, vino a ser cuestionado y revisado durante la primera mitad del siglo XX, en disciplinas como la literatura, la filosofía, en las teorías políticas, etcétera, por pensadores de inspiración cristiana; al respecto la historiografía suele citar, en la literatura, al polémico escritor inglés Gilbert Shesterton; en los ensayos filosóficos al académico sacerdote alemán Romano Guardini; al novelista francés Georges Bernanos; también hay que citar, al filósofo cristiano danés Soren Kierkegaard y al político francés Alexis Tocqeville; quienes coinciden en pensar que el hombre no es ni el individuo autónomo del liberalismo, como tampoco una mera célula de la sociedad autoritaria.
Características comunes de los citados autores es la afirmación, en contra del positivismo, en el sentido de que el hombre no puede ser reducido a mera naturaleza; que la filosofía no puede ser absorbida por la ciencia; que el hombre es interioridad y libertad, conciencia y reflexión; que la naturaleza está determinada por un orden superior de carácter finalista y providencial. Por consiguiente, estos autores son abiertos al sentido transcendente del hombre.
Sin embargo, curiosa y contemporáneamente reaparece el pensamiento nihilista—ya venía especialmente de Federico Nietzsche– y se desarrollan las actitudes antropológicas reduccionistas; brevemente, me voy a referir en esta columna y en la próxima a un autor interesante sobre estos particulares, sobre su doctrina moral y religiosa: el francés Henri Bersong (1859-1941), premio Nobel de Literatura 1928.
Un dato importante en su biografía privada, pero con repercusiones públicas, es que él fue un judío de religión, en vía de conversión al catolicismo, lo que finalmente no hizo por solidaridad con el pueblo hebreo, mientras se desataba la maldita persecución nazi.
Escribió, entre otros, los siguientes libros, que se suelen citar frecuentemente: Ensayo Sobre los Datos Inmediatos de La Conciencia– que es la filosofía fenomenológica preferida por el filósofo Edmund Huserrl–, su contemporáneo alemán.
En la próxima columna desarrollare, así sea sucintamente, su pensamiento.
Nota reflexiva: la humanidad actual padece una enfermedad que se llama consumismo, está literalmente invadida por los publicitarios y sus mercancías, que vorazmente engulle, y que es lo único que realmente le interesa, con desprecio del alfabetismo intelectual. Mientras no superemos esta situación no viviremos aceleradamente.